sábado, 16 de julio de 2016

¿De quién son las canciones?



Las discusiones alrededor del tema de los derechos de autor han tratado de regular este asunto, y aun así los límites son difusos. Entre la idea original, la letra, la musicalización, la interpretación, el aporte colectivo, el homenaje, la cita, la paráfrasis, el loop, los arreglos, la influencia, la producción musical, en fin, una canción puede tener tantas fichas que a veces reconocer el autor absoluto es complicado. ¿De quién son nuestras canciones?, le pregunto a Fáber por el chat, y me habla de la ironía de que a pesar del aporte de todos, en nuestro caso se reconozca la autoría solo a quien lleve la maqueta al ensayo.
No ha sido motivo de peleas jamás, a lo mejor porque nunca ha habido plata de por medio. Y creo que ese es el punto: el vil metal, que lo ensucia todo, genera distancias donde antes había acuerdos. Sin billete en juego, la creación colectiva es el reino de la cheveridad. Como en una fiesta swinger, damos lo nuestro y tomamos lo tuyo. Pero en el momento en que la caja registradora suena, queremos que nuestro aporte sume pesos, el ego se infla, la vanidad nos corroe.
Eso no responde a la pregunta inicial, de todas formas. ¿De quién son las canciones? ¿Puedo decir que Tierra y olvido es mía cuando la letra es una adaptación de un poema, cuando el coro lo puso Juan, cuando el riff que la hace característica es de Óscar? ¿Puede decir Juan que Mundo de fuego es suya cuando Óscar aportó la música y los demás la interpretación? Betty Boop era un piropo que yo cantaba –¡piropo que por demás no es mío!–; Fáber se aburría del mismo círculo musical y me obligó –a buena hora– a cambiar la tonalidad después del coro; Leonardo hizo los arreglos de viento, y en fin.
Óscar es quizás el más estructurado: lleva la propuesta de punta a punta, y las variaciones son en realidad mínimas. Yo soy todo lo contrario. Rara vez se me ocurre una estructura completa. Si mucho, llevo una idea, un verso inicial sobre el cual trabajar, una base, y es en el aporte de todos en que se vuelve canción. Y también están las composiciones que nacen de cero –momentos de veras divertidos–: llegar al ensayo sin ideas preconcebidas, improvisar y ver qué pasa. Y a veces pasa. Noche, Espejismo, nacieron así.   
¿De quién son las canciones? La rebelión en la granja (que entre otras cosas es la adaptación tropical de la novela de Orwell) era La-Canción-Menos-Importante-Entre-Las-Canciones-Menos-Importantes que teníamos. Hasta que llegó Un-Grupo-Muy-Importante-De-Punk a decirnos que le iba a hacer una versión. Como el Grupo-Muy-Importante-De-Punk era enormemente más famoso que nosotros (de hecho, cualquiera es más famoso que nosotros) ahí sí la La-Canción-Menos-Importante-Nos-Importó-Mucho porque la gente la iba a reconocer como una composición de ellos y no nuestra. Ah, vanidad de vanidades. 
Y volvemos al punto inicial. ¿De quién son las canciones?  Toda esta discusión nació a partir de una columna de Joselo en Excelsior sobre el caso de Mike Joyce, baterista de The Smiths (http://www.excelsior.com.mx/opinion/joselo/2016/07/15/1105074). Un asunto –el de las autorías–, que en la literatura se ha discutido más y mejor (ver, para ejemplos cercanos: http://blogs.eltiempo.com/los-impresentables/2016/07/11/david-betancourt-o-el-arte-de-copiar/) y que entre tantas versiones y verdades termina por reinar lo inconcluso. Parecía un tema lejano cuando comenzamos a discutirlo ayer, pero ya vimos que no tanto. Y como una serpiente que se come la cola, dimos la vuelta mientras la pregunta sigue ahí.

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