martes, 24 de septiembre de 2013

6. (En medio de la soledad qué fácil es ser marrano). Canción: Marrano

 

Verán, quizás el problema más grande con la soledad es que te vuelve vulnerable, gelatinoso: todo te atraviesa. Al poco tiempo estarás deseando amar, y cualquier insinuación femenina, una frase bonita, podrán hacerte arrastrar sin vergüenza. Fracasarás muchas veces, seguro. La soledad es apestosa, y nadie quiere alguien que apeste. Entonces comienzas a buscar desesperado –caes en la absurda humillación de llamar a la exnovias– pero nada funcionará como quieres. No habrá sexo, no habrán besos, nada. Recuérdalo: apestas. Empiezas a odiar el mundo y a necesitarlo al mismo tiempo. Si al menos una chica se te acercara. La masturbación o los prostíbulos son consuelos tibios. Bajas incluso tus niveles de selección. Ya no tiene que ser bonita siquiera, ¡basta con que sea mujer! Y en un estado así, como les digo, eres vulnerable: candidato perfecto para ser marraneado, es decir manipulable, juguetico.
Después de Marta yo quedé en un estado así. Hay novias que lo salan a uno, o sea que después de ellas es como si cayera sobre ti un maleficio que te aleja de las mujeres. Podrás salir con algunas, pero nada funcionará. Y en medio de una situación así, ¿qué hacía yo? Claro, leía por montones, caminaba, escribía. Eras más inteligente, pero me estaba aburriendo a mares y deseaba tener sexo todo el tiempo. Iba a la universidad y veía en cada chica a la mujer de mis sueños. Me la pasaba con una erección. Y en medio de esas apareció Liliana.
Liliana era gordita (y nada más erótico que una mujer gordita). Tenía los labios gruesos y el cabello hasta la cintura; ah, y unas hermosas tetas de lactante: redondas, abundantes (y perdónenme la rima). Era una de esas chicas con las que hay que andarse con cuidado, que tienen un montón de secretos, que cuando menos piensas estallan en un llanto sin razón o en una risa neurótica. Pero yo no estaba en condiciones de elegir y me perdí en ella sin dudarlo.
Cómo abusó de mí, la muy maldita, y no precisamente en la cama. Es cierto que nos acostamos algunas veces, y fue genial. Pero yo para Liliana era, cómo decirlo, una suerte de mandadero. Hacía sus trabajos universitarios, la llevaba y la recogía, le prestaba plata. Estaba claro que yo a ella le interesaba muy poco, mientras que yo cada vez la necesitaba más. Pero aparte de eso Liliana era alcohólica y bebía sin mí –y con sus amigos– cada que le daba la gana. Todo en mi cabeza se estaba volviendo un caos.
Cuando amanecía envalentonado le decía que no, que ya no más. Lo decía con pesar, porque ella de veras me gustaba, pero estaba claro que Liliana jugaba conmigo. Cuando me escuchaba en mis reproches, se reía y me daba un beso. Tomaba mi mano y la ponía en su entrepierna. Y a mí se me olvidaba lo que debía decirle, no podía pensar en más.
Más o menos cinco meses en esta situación. Vaya si sufrí. Ag, las mujeres con las que nos hace salir la soledad. Hasta que un día la vi con un tipo grandote y vacío, tal cual para ella. Así, sin más. Ni siquiera tenía ánimos de hacerle reclamos. ¿Qué me había prometido ella, acaso? Nada. Tan solo sentía en mi frente un letrero gigante que decía: “Marrano”.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Otro paréntesis: un día después de todo


¿Qué hora es? ¿Las diez y media? ¿Apenas? Ay, mi cabeza. Me levanto de la cama, todavía un poco ebrio. Camino hasta la cocina, sosteniéndome de vez en cuando en las paredes. Agua, necesito agua. Ay, mi cabeza. Me tomo medio litro de un tirón. Voy al baño y orino largamente, plácidamente. Pienso: ¿qué pasó ayer? Ah, sí, ganamos, jueputa, ¡ganamos! Vuelvo a escuchar los gritos de euforia, los aplausos. Levanto los brazos sentado en el inodoro. Alegría, alegría, me digo. Luego vuelvo a sentir el dolor de cabeza.
Así son las cosas: una noche ganas una batalla de bandas y a la mañana siguiente te enturbia el mareo. Pero fue bonito, todo. Decidimos tocar de primeros para poder probar sonido; nosotros que en esas cuestiones nos demoramos tanto. Las otras bandas aceptaron encantadas, motivadas por la convención que dice que quien cierra el concierto es el mejor. La cosa empezó un poco lenta, pero nos fuimos calentando. Cuando Felipe, que llegó a última hora, se subió al escenario para contar la historia que da pie a Marrano, sentí que todo saldría bien. Luego Eliana y Manuela nos acompañaron en Pequeña puta y lo demás fue la descarga de Vista telescópica y Freak. Hicimos lo más importante, por lo que estábamos allí: lograr que la gente la pasara bien. O al menos eso percibimos. Nos olvidamos de la tal batalla de bandas y nos dedicamos a tocar.
 
Lo demás fue mezclar ron con tequila y cerveza. ¿En qué momento me emborraché? ¿En qué momento me dio por tocarle el culo a mis amigas? Cuando llegó la hora de la decisión del jurado, este pobre bajista ya estaba tambaleante. No recuerdo qué fue primero, si el conteo de votos del público o el veredicto del jurado. Lo que recuerdo es el grito agudo, fuerte, cuando quedó claro que habíamos resultado ganadores. Y la alegría: una cosa que raras veces puede uno ver, y que ahí estaba viendo. Sentíamos que luego de seis años de estar tocando juntos y de toda esta historia de altibajos, era justo ganar algo de vez en cuando. Hasta Óscar, que posa de amargado, sonrió.

¿Otro tequila? Claro, y otro, y uno más. Perro caliente a las tres de la mañana. Muchos abrazos. Promesas de amor de las que hoy nadie se acuerda y la línea de una canción que compondremos algún día: “Aprende, Catulo, son los riesgos de mezclar el coño con la amistad”. Recuerdo a Glo, a la Chuflis, a Érzica. Recuerdo a Adrián feliz como ninguno. Recuerdo la camiseta de Eliana con el logo de la banda dibujado con marcador. Recuerdo a Andrés preguntándole a Mackenzie si ella era novia de Óscar. Recuerdo a Felipe diciendo que Combustiones espontáneas era de las cosas más bonitas que le había pasado este año. Recuerdo así, pedazos: una voz, una imagen. Ay, mi cabeza. ¿Más tequila? Venga pues. Quizás hoy no tenga muchas reflexiones para hacer. Quizás cuando se gana no hacen falta muchas reflexiones. Siento que con este pequeño triunfo y la participación que tuvimos en la Fiesta de las artes escénicas se cierra un momento de la banda. Como el pasar de la tercera a la segunda división. ¿Qué vendrá ahora? Muchas cosas, espero.
Por ahora, enguayabado, solo pienso en dormir…
 

viernes, 13 de septiembre de 2013

Paréntesis: el peligroso bus del triunfo


 
Recuerdo aquel mundial. O por lo menos recuerdo la expectativa que generó en todas partes. Las camisetas amarillas, el álbum de figuritas con la foto de El Tino en la portada, los comerciales de televisión, el sí sí Colombia, sí sí Caribe. Después del monumental 5 - 0 y de que Pelé anunciara a Colombia como su gran favorito, nadie ponía en duda que daríamos de que hablar en el campeonato. Hasta papá, que odia tanto el fútbol, se compró un televisor para ver los partidos en la tienda. Solo que al primer juego, contra Rumania, perdimos 3 – 1, y luego contra Estados Unidos, novato en estos asuntos del fútbol, caímos 2 – 1, con el fatídico autogol de Andrés Escobar que trajo las consecuencias que ya sabemos.
Vaya si dimos de que hablar: salimos en la primera ronda a pesar del favoritismo y el equipo se devolvió cabizbajo para la casa. No nos quedó sino el filosófico “perder es ganar un poco” pronunciado por Maturana, que aún así no nos sirvió de consuelo.
Desde entonces le temo mucho a los triunfalismos, a la facilidad que tenemos de hinchar el pecho ante la menor conquista. Me da la impresión de que darse por ganador de antemano hace perder el foco, aquieta. Dirán los fanáticos de El secreto que hay que tener una mente ganadora acompañada de una recia voz de triunfo, pero yo, como no creo en best sellers ni autoayudas, siempre me he sentido más del lado de quien espera sin alharacas, del que trabaja en silencio por sus sueños. El perdedor, como el vagabundo, va lento, sintiendo cada paso. Si cae una y otra vez no importa. Lo importante es caminar. Y esos, los perdedores, los vagabundos, me caen jodidamente bien.     
Si traigo todo esto a colación es porque este sábado nos enfrentamos, temerosamente triunfales, a la gran final de la batalla de bandas de Nuestro Bar. Se trata de uno de esos eventos que organizan algunos bares en los que, bajo el mismo modelo de un campeonato de fútbol, las bandas “se enfrentan”, y en este caso, a falta de goles, es un jurado y la votación del público asistente quien elige al ganador.
Es la primera vez que nos metemos en algo así, en parte porque es una interesante oportunidad para foguearse y tocar mucho. Lo que no esperábamos es que ganáramos cada ronda y llegáramos hasta este punto.  
En cualquier caso, más allá de ganar y divertirnos, lo más bonito ha sido el apoyo de ciertas personas que comenzaron a acompañarnos en cada concierto. Al principio nueve, luego trece, después veinte, y así. La una llevaba a la otra, y la otra a la otra. En dos ocasiones perdimos en cuanto a la votación del público (al llevar menos personas que las otras bandas), pero sentíamos que había algo especial en nuestro caso, y era que nuestro público repetía los conciertos. Iba al uno y volvía al otro. Como eran pocos, podíamos charlar con ellos, conocerlos. Los primeros nueve eran amigos de vieja data, digamos; los más de treinta de ahora son nuevos amigos, que ya nos tienen en cuenta en sus planes. Es lo más increíble: sentimos que no estamos ganando seguidores sino que estamos sumando amigos.
Ahora que llegamos a la final, son cerca de cincuenta nuevos cómplices los que nos acompañan. (Vale la mención especial a las autodenominadas chicas locas, hermosas, sepsys y terriblemente increíbles). Cada uno de ellos ganado a pulso. Y eso es lo que me asusta ante la idea de perder. ¿Cómo nos mirarán en ese caso? ¿Seguirán con nosotros? ¿Fue el calor del triunfo lo que nos llevó a acercarnos? Muchos dan por hecho de que ganaremos, pero nunca se sabe. A lo mejor las otras bandas también dan por hecho que ganarán.
Supongo que si en verdad hemos sabido hacer amigos, como creo, sabremos llevar la derrota, aprender de ella, en tal caso. O celebrar alegres un paso más, una batalla para la que hemos trabajado duro. Por ahora todo es incierto, y temo, no lo niego. Genera tensión esperar, pensar tanto. Al mismo tiempo es divertido preparar un concierto bajo este ambiente de expectativa. De cualquier forma esta es una columna inconclusa. Es la parte antes del concierto. La siguiente parte, la definitoria, la que dirá lo que sentí después de todo, podrán leerla el domingo. ¿Qué tono tendrá?

miércoles, 11 de septiembre de 2013

5. (De repente soledad). Canción: Mundo de fuego



Luego del adiós no pasa nada, te quedas en ceros, tan vacío como la palabra dios en los labios de un descreído. Luego del adiós sales a caminar entre calles de miedo con las manos en los bolsillos y la mente inhabitada. Luego del adiós se te escapa un bufido silencioso. No hay gritos, ni palabras. Luego del adiós no pasa nada.
Verán, el amor es poner entre paréntesis al resto del mundo. Yo recuerdo que a Marta, en esos momentos poscoito donde la vida es una maravilla, le decía: “Aquí comienza –y aquí termina- mi mundo: te amo”. Ahora puede que me cause ciertas náuseas repetirlo, pero en ese entonces era lo que sentía. Ustedes me entienden. Los amantes se bastan a ellos mismos, son como una serpiente que se come la cola. El resto del mundo, en estas circunstancias, es un estorbo. Pero luego viene la soledad y obviamente las cosas cambian.
No todas para mal, sin embargo. Al estar solos somos más auténticos, gústenos o no eso que seamos. Al estar solo no hay que venderse a imposturas, eres tú y tu veneno. Total, ya nadie te ve: eres tu yo más sincero. Digamos que la soledad puede hacerte comportar como una rata sucia, pero al menos te queda el consuelo de que esa rata eres tú, sin discusiones, ¿me entienden? Y otra cosa más: amar quita tiempo. En soledad puedes volver a los amigos o al arte, si es lo tuyo.
Y es que es tan difícil crear en medio del amor. El amor es tan placentero en sí mismo que todo lo demás pierde sentido, como ya les dije. La soledad, por el contrario, te vuelve al arte. Y puede que el arte sea lo único que te salve en esos momentos. Solo se puede ser creativo en soledad, y eso, de alguna forma, es una compensación. El amor es grandioso, pero embrutece. Eso sí, no quiere decir que porque estés creando la estés pasando bien. Al contrario. Nadie desea la soledad porque te deja demasiado tiempo para pensar. Cuanto más piensa uno más inteligente, o sea más triste.
Así que lo diré de este modo, para resumir: La soledad es un perro famélico con olor de tristeza. Es una titánica desventura pero no sin compensación: la soledad es creativa y hace del arte tu mejor compañera. No olvidar esto, tenerlo siempre en cuenta, es la única defensa frente a las noches pálidas sin el sabor de un beso.