jueves, 16 de febrero de 2012

B side: Marciana (Los Jhonsons)


Había un escritor que quería ser gato. Había un gato que escribía libros. Había opio en las nubes y llovía sobre una ciudad con mar pero que se parecía a Bogotá. Había un chico que no sabía si había muerto ayer o la semana pasada. Había una Avenida Blanchot. Había un tipo condenado a muerte. Había una chica llamada Amarilla de unas tetitas dulces. Había una forma genial de terminar las frases: trip trip trip. Había una novela y un escritor que murió temprano, que soñó a Marciana o que la tenía muy viva sobre su colchón. Y como había todas estas cosas y quién sabe cuántas más es que otro chico años después compuso esta canción y le quedó de lo más bien. A lo mejor todavía hay muchas Marcianas por ahí, soltando humo en el corazón de muchos. Por eso si algún día encuentras a una chica que bañe en whisky su ansiedad, que tenga palabras que sepan a labial rojo, a cerveza, a música a todo volumen, y que al final de todo te escriba con labial en el espejo “te jodiste guevón, aquí te dejo”, no importa si se llama Isabel o Luna, no importa si tiene el pelo teñido de azul o unos calzoncitos con gatos estampados en la tela, es ella, Marciana. Entonces podrás encender el computador y escuchar esta canción mientras fumas.

http://www.myspace.com/jovenpromesa

miércoles, 1 de febrero de 2012

Joe is god (parte uno)



Sólo una vez vi al Joe Arroyo. Quiero decir: sólo una vez lo vi de cerca. Tan cerca que podía tocarlo. Vestía un traje negro con camisa crema y unos zapatos impecables. Caminaba lento, pesado, como Ozzy Osbourne. No es gratuita la comparación. El Joe, como Ozzy, parecía haber envejecido temprano. Sólo tenía 53 años (aquel mayo del 2008) pero parecía casi de setenta. Calvo, cansado, de pocas cejas. Tenía una persona a cada lado para ayudar a sostenerlo. Pero era él, el Joe, en la Universidad de Antioquia.

Por esas cosas de la vida y el trabajo, aquella noche mi labor era estar cerca de él para evitar que le gente se le viniera encima. Porque la había, mucha, que gritaba su nombre y trataba de tocarlo o tomarle fotos. Él apenas si sonreía y levantaba el dedo gordo, saludando. Una mujer lloraba, lloraba mucho. Le gritó: “Joe, soy Maira, la hija de Teófilo”. Joe la miró, la reconoció, e hizo una seña como diciendo: “que venga conmigo”.

El camerino era una oficina del bloque 16, donde funciona la parte administrativa de la universidad. Joe tenía un médico al lado. Maira le decía: “Papá, antes de morir, me dejó todos tus discos. Yo te amo, eres lo más importante de mi vida”. Luego lo abrazaba y Joe, complaciente, le daba unas palmaditas en la espalda.

Yo me preguntaba: ¿cómo va a hacer este hombre para cantar durante dos horas si apenas puede mantenerse en pie?

“Tú tienes ángel”, decía Maira. Y en algún momento le dijo: “¿Sabes que tienes como un millón de amigos en Facebook? Yo te he escrito mucho ahí. ¿Tú sí alcanzas a mirar esa página?”. “La verdad, no”, dijo Joe.

Antes del concierto, el cantante debía dar una entrevista corta para el periódico del Programa de Salud de la Universidad. Comentó lo que ya se sabía: que había vivido más de veinte años en Medellín y que ahora, cuando regresaba a la ciudad, era usualmente para revisiones de su corazón.

Maira interrumpía cada tanto. Decía: “Arriba del Joe, nadie; papá Dios si acaso”. Antes de que el cantante se fuera para la tarima, ella le pidió un autógrafo en el antebrazo. Joe casi ni podía escribir. Garabateó algo que ni Maira misma pudo entender bien. Luego de revisar con detalle la letra concluyó: “Creo que dice Mi amiga Maira”.

En ese momento pensé que si llegaba a escribir algo sobre el Joe Arroyo lo titularía “El ocaso de los dioses”. Pero es que en ese momento de mi vida yo sabía mucho de Kurt Cobain y poco de Joe Arroyo.