martes, 17 de octubre de 2017

Canciones huérfanas


A dónde irán a parar las canciones huérfanas. Me refiero a las que nunca fueron grabadas, o que aun grabadas se pierden por ahí. A veces porque algo les falta, porque no es su sonido, o porque significan tanto para uno que da pena presentarlas. Sobre todo esas últimas: las canciones amadas, viscerales, que acaso si cantamos ya borrachos al final de la noche o cuando la nostalgia nos sopla su veneno. Es raro, ¿no?, las canciones más personales, las que más nos representan, se quedan en silencio. Para uno. O al menos así lo siento ahora. Yo compuse una canción a mamá, y otra a Eliana; le he escuchado a Óscar cosas parecidas. Pero nunca se nos ocurrió montarlas. Son tan nuestras, tan grandes, que la exhibición da vergüenza. Como las cartas de amor. Y van por ahí, perdidas, esperando un momento que difícilmente podría llegar. Tan solas.

martes, 10 de octubre de 2017

La posibilidad de lo imposible



De no haber sido cantante de rap, Henry Arteaga hubiera sido arquero de fútbol. O quizás bailarín del Ballet Folclórico de Antioquia. Pero para ambas cosas era muy bajito. Como arquero, aunque le fuera bien con la pelota, era fácil colgarlo y meterle los goles por arriba, y como bailarín, aunque fuera prometedor, se vería mínimo al lado de los grandotes extranjeros en las competencias internacionales, le dijeron en el Ballet tras una audición. De todas formas siguió bailando –cumbias, porros, salsas– y tanto baile lo llevó al breakdance, y el breakdance a fundar uno de los colectivos de hip hop más importantes de Medellín: los Crew Peligrosos. Cada puerta cerrada fue una oportunidad para encontrar su camino.
Henry –que nació en 1979– creció en Aranjuez, en una de las calles más peligrosas de una de las comunas más peligrosas de la ciudad. De ahí el nombre de Crew Peligrosos: venir de un barrio como Aranjuez era visto con sospecha para muchos. Igual si se dijera Castilla o El Popular, o Belencito o La Esperanza, o tantos otros. Henry le dio la vuelta a la palabra y la ajustó al arte: ser peligrosos pero para los violentos, porque el hip hop –que incluye grafiti, rap o mc, deejay y breakin– le roba jóvenes a la guerra. Crew, dentro de la cultura de hip hop, es como un grupo de parceros, y más que grupo, familia. Desde el inicio de este cuento, en 1999, Henry pensó en colectivo.
O más o menos. Comenzó bailando con un amigo, Julián, conocido como Skill, en la casa de cualquiera o en la calle, inventando pasos, adaptando lo que sabía de los ritmos tropicales a ese mundo de piruetas en el piso y vueltas sobre la cabeza que es el break. Cualquier día, un chico no mayor de doce años, conocido como Izel, les pidió que le enseñaran. Este chico comenzó a llevar a otros, y estos a otros más. Henry y Skill les enseñaban sin cobrar un solo peso, conscientes de que el conocimiento no puede ser solo de uno. “Si uno no enseña, se acaba”, le diría a Henry años más tarde Rafael Cassiani, director del Sexteto Tabalá, en San Basilio de Palenque. Una premisa que reforzaba lo que este muchacho de Aranjuez siempre había creído.
Espontáneamente nació 4 Elementos Eskuela, un grupo de educación voluntaria basada en los cuatro elementos del hip hop. Henry buscó un espacio en el colegio del que había sido expulsado en el bachillerato, el Gilberto Alzate Avendaño. Ahí mismo, en Aranjuez. Humberto Bermúdez, rector de la institución, creyó en la propuesta y les cedió salones para ensayar en las noches. Desde 2003 la Eskuela viene formando niños y jóvenes del nororiente de Medellín, ya sea como raperos, grafiteros, breakers o deejays. En una especie de metodología de la libertad: cada quien va a su ritmo. Pero con un mandamiento: solo se alcanzan las metas con disciplina. En 17 años, más de 4.000 jóvenes han pasado por la Eskuela, que a veces tiene el apoyo de alguna fundación y otras veces se defiende como puede, fiel a sus principios: en modalidad de voluntariado, gratis para los que ingresan, juiciosa en los horarios y libre en el pensamiento.
“Tiene que verlo para que lo entienda”, dice Henry. Y tiene razón. Desde las cinco de la tarde, el colegio Tomás Carrasquilla, sede alterna del Gilberto Alzate Avendaño, se llena de beats y chicos que bailan; otros aprenden caligrafía y algunos a pinchar discos. Es un caos hermoso en el que más de 200 jóvenes (desde niñas de nueve años hasta mujeres de treinta) pasan sus tardes aprendiendo alguna rama del hip hop. A las nueve de la noche terminan, y al otro día vuelven, puntuales.
Entonces Crew Peligrosos son varias cosas: un colectivo de hip hop que comenzó enfocado en el breakdance, y una Eskuela donde los más tesos les enseñan a los que apenas comienzan. Todo esto en medio de la violencia que ha existido siempre en la comuna, y en parte como respuesta a la violencia que ha existido siempre. El salto del breakdance al rap fue apenas natural. En 2005 Henry conoció a PFlavor, otro rapero del barrio, y comenzaron a juntar sus rimas y a estructurar el componente por el que más se conoce al Crew: la parte musical. Pero en el fondo se trata de todo. De Henry como gestor de esta historia, mc, cabeza visible de un movimiento que revolcó buena parte de la juventud al nororiente; de PFlavor in the mic, juguetón en la rimas y vibrante en el escenario; de breakers como Arex, campeón americano en cuatro ocasiones; de deejays como Rat Race o Hunter, que construyen los beats; o de grafiteros como Pac Dunga, que llevan más de 20 años rayando paredes con estilo. A veces se dice que Crew Peligrosos son cuatro, ocho o dieciséis. Son los cuatro de la foto que acompaña esta página, que dan la cara en los escenarios, o es el combo de breakers que se ve en las competencias. Resulta difícil precisarlo. Crew Peligrosos son todos estos y son los que pasaron y ya no bailan, pero siguen de cerca al movimiento. Son las nuevas generaciones que se forman en la Eskuela y que pasarán a engrosar la parte visible del grupo. Son los que se formaron y tienen sus propios procesos en otros barrios. La Eskuela, el Crew, la familia, son indivisibles. Al final, Crew Peligrosos es como un espíritu de querer hacer las cosas, de tocar las puertas y enseñar, siempre enseñar.
Los primeros diez años fueron silenciosos: sirvieron para consolidar la propuesta, crear canciones, organizar festivales de comuna, fortalecer la Eskuela. La explosión del Crew, como propuesta musical, se dio con la publicación de su primer álbum, Medayork, que recoge el sonido del hip hop de los noventa mezclado con aires latinoamericanos. Hip Hop con color local. El juego de palabras no es gratuito. El hip hop nace en Nueva York, en el Bronx, en 1973, cuando jóvenes de pandillas rivales se unen a cantar en los parques al ritmo de la música de Clive Campbell, conocido como DJ Kool Herc. Algo parecido a lo que lograba el hip hop acá. Medayork llevó al Crew a sonar en emisoras y a girar por países como Perú, México, Estados Unidos, Francia y Suiza.
Luego vino Madafunkies, una colección de canciones que, en su sonido, da cuenta de estos viajes. Desde influencias del hip hop europeo y norteamericano hasta mezclas con músicas del Pacífico y las Antillas. El álbum, producido por Hunter y Rat Race (dos deejays que comenzaron de niños en la Eskuela), demostró que Crew Peligrosos no está para ponerse límites.
En adelante todo ha sido el vértigo feliz de hacer conciertos, bailar, mezclar el hip hop con sonidos sinfónicos o con lo que sea, seguir enseñando, viajar por el mundo, viajar por el país y ayudar en procesos sociales, compartir con otros músicos, pintar paredes, soñar en grande, ganar reconocimientos, grabar videos que muestran la cotidianidad del barrio, componer canciones con sentido crítico pero sin caer en una apología a la violencia.
Y cuando a Henry (a quien todos conocen como el Jke, es decir el jeque, que significa “viejo sabio”) le preguntan cómo lograron todo esto desde un barrio que muchos miraban mal; cómo así y todo saltaron al mundo; cómo fueron los años de perseverancia; cómo tocaron puertas; cómo es formar tantos jóvenes a través del hip hop; cómo sumar voluntades; cuando le preguntan, en fin, cómo lograron este imposible, responde, emocionado: “¿Imposible? ¿Qué es eso? Imposible no es nada”.

martes, 3 de octubre de 2017

Deseos

Lo que me gusta: que Óscar se hubiera atrevido a cantar. Eso, sobre todo. Porque venía, desde hace días, coqueteándole al canto, pidiendo pista, haciendo coros. Y si una banda no está para equivocarse, para jugar, para ensayar todas las posibilidades, entonces para qué putas.
Yo fui el más quejumbroso con su voz de subsuelo. Yo, el cínico. Pero era por joder. Porque me encanta cuando me permiten, a mí también, lanzarme con mi voz rasgada a cantar lo que quiero. Aunque desafine. Cante aunque no cante.
Y cantó bien, el Óscar. Aunque la canción no me mata. Me recuerda, a pesar de las distorsiones, a Vilma Palma. Debe ser por ese coro Sol-La-Re mayor. Pero me gustan los teclados que suman capas oscuras, con esas campanas, y los solos de Boris, y cierta intención al principio de hacer las cosas de la manera más simple, solo marcando las negras. Y me gusta la voz de Fernando que, aguda, contrapuntea a la de Óscar.
Lo que no me gusta: cuando dice “y mis sesos comenzaron a escurrir tus deseos en mi cuello”. Un poco zombie, jodidamente raro. No sé por qué nunca se lo dije a Óscar. No importa si no lo hubiéramos cambiado, estaría bien habérselo dicho. De eso, también, se tratan las bandas de rock. Darse palo. Odiarse. Quererse de nuevo. Hacerlo mejor.
No me gusta cierta saturación que alcanza después del coro y que se sostiene hasta el final. Las canciones, como los amores, deben descansar. No sé por qué tampoco se lo dije nunca a Óscar.
Pero está bien haberlo hecho. Siempre está mucho mejor hacerlo que guardar silencio por cobardía. Por eso me gusta que esté así, grabada, y que la presentemos ahora. Me gusta el video lyric, con Luisa de dieciséis añitos en una ensoñación. Y esa película de fondo, Chico y Rita. Me gusta que la canción exista, que esté en Youtube, y que a alguien le guste, quizá.
Y como son más las cosas que me gustan que las que no, me gusta estar presentándola aquí, ahora, hoy.