viernes, 25 de abril de 2008

Una revolución de peluche


Con mucho entusiasmo, los radioescuchas de Medellín recibimos el regreso de Radioactiva, la emisora que marcó por muchos años nuestro gusto musical, en la que por primera vez escuchamos a Nirvana y a los Smashing Pumpkins y a toda esa onda que a mediados de los noventa se le llamó música alternativa.

De Radiactiva venía el humor negro de Martín de Francisco y Santiago Moure, y muchas de las bandas de rock local llegaron a nosotros por esta emisora.

¡Y ahora volvía!, luego de años sin emisión. Pero… o el tiempo me ha vuelto muy amargado o esta Radioactiva que regresó es particularmente mala. Tan mala que no logro sintonizarla por más de media hora. Me aburre. Pareciera anclada en 1995. Y nosotros ya no somos los mismos.

Ni siquiera ella misma, Radioactiva, es la misma: es peor. Tan conservadora como cualquier programa de la emisora Minuto de Dios. Tan comercial que no se atreve a proponer canciones que no sean de melodías empalagosas que van a la fija con cierta clase de oyentes. Tan rebelde como un peluche. En fin: bobalicona y sonriente, para nada alternativa, es esta nueva Radioactiva.

De ser por esta emisora, el rock hecho en Medellín se resumiría en Tres de Corazón, Pop Corn y Rey Gordiflón. Y menos mal no es así.

De ser por esta emisora, la mejor banda de la actualidad sería Chemical Romance. Y menos mal no es así.

De ser por esta emisora, lo mejor de lo mejor ha sido Creed de Radiohead y desde allí no se ha producido nada bueno. Y menos mal no es así.

Así que no me hace falta Radioactiva. Me recuerda cierto cuento que leí alguna vez, en el que un hombre esperó y esperó a su mujer amada, y cuando volvió a verla se dio cuenta de que ya no la amaba. Que prefería su recuerdo.

lunes, 21 de abril de 2008

Un momento de verdad

Se nota cuando la banda la está pasando bien allá arriba, en el escenario. Se nota, incluso, en la calidad de las canciones, en el alma del show. Se nota, como se notó en el concierto que hace poco ofreció Burkina en el teatro Camilo Torres. Los chicos se sentían tan bien tocando juntos que hubo espacio para las improvisaciones, los chistes y los descaches. Porque los buenos conciertos no son redondos como un anillo: tienen sus aristas, salidas de tono, frases fuera de guión. Y eso es precisamente lo que los hace más sinceros, más humanos.

Un buen concierto no es aquel de interpretaciones perfectas y sonido impecable. Las interpretaciones y el sonido son indispensables, desde luego, pero un buen concierto, más que esto, es el que logra crear un momento de verdad entre la banda y el público. Una pequeña burbuja de tiempo donde la música y las ideas cobijan a todos.

Por eso me gustan tanto los bares, porque se prestan para ello. Pero un momento de verdad puede ocurrir en cualquier sitio. Incluso en los conciertos que no son, teóricamente, conciertos, como cuando cuatro vagabundos se reúnen alrededor de cánticos improvisados en el parque de Bolívar y no existe más tiempo que ese que están viviendo.

Solo que los conciertos así son escasos. Tan escasos que cuando se viven ni el público ni la banda podrán olvidarlos con facilidad. Seguirán hablando de ellos por años, ganándose un espacio en el baúl de los buenos recuerdos.

El concierto de Burkina –entre ska, swing, sonidos colombianos y teatro a reventar- fue un momento de verdad.