domingo, 22 de noviembre de 2009

B side: Amanecío (Velandia y la tigra)

Fue una noche en Tilcara, en el norte de Argentina. Iba con Koleia y con Lina por calles de piedra, buscando un bar para beber vino. El sonido de algo que parecía una quena o una flauta traversa nos atrajo a local estrecho, donde no cabían más de veinte personas. Allí, tres músicos interpretaban canciones suaves. No era tango ni chacarera ni lo que conocemos como música andina. Se parecía al sonido de Mercedes Sosa, pero más básico, incluso. Eran melodías dulces, sencillas, que hablaban de la tierra y de las flores. Era el sonido de la guitarra, del bajo, de una flauta de madera y un tambor.
No habíamos escuchado algo igual, no encontrábamos con qué compararlo. Era simple, simplísimo lo que sonaba. Pero era envolvente y casi mágico. Maravillados, preguntamos qué clase de música era esa, y la respuesta fue igualmente simple: folclor. Sin embargo, en el resto de nuestro viaje, por más música de folclor que comprábamos o nos regalaban, no pudimos encontrar ese tipo de canciones, ese sonido elemental que logra trasmitir tanto. Desde entonces comprendimos que en la música no hace falta mucha tecnología ni mayores virtuosismos para llegar al corazón. Basta con ser sincero.
Cuando escuché Amanecío recordé aquellas canciones de esa noche en Tilcara. Tiene la misma sencillez, esa caricia de la poesía. Este señor Velandia tiene la cualidad de torcerle el cuello al cisne. Sus dos discos, sobre todo el último, son encantadores. Sólo que esta canción, de su época en Cabulla, posee un encanto especial. Sin pretender ser el hit del verano, sin mayor instrumentación, logra trasmitir un sentimiento. Uno muy humano: las ganas de quedarse con ella hasta que salga el sol.
Así que no queda más que recomendarlo: http://www.myspace.com/velandiaylatigra

lunes, 24 de agosto de 2009

B side: Pichando (Federico Franco)

Hay amores que comienzan en la cama; amores rápidos, furtivos, amores que crecen ahí mismo en la cama y que en la misma cama suelen fallecer. No siempre mezclan el corazón, pero son amores al fin y al cabo. Y termina uno entregándoles algo más que un polvo aventurero. No pasan de la cama. Pero son amores.
Por eso no me extraña cuando este cantante habla de alguien que pichando se fue metiendo en su vida. Porque así son las cosas. Hay amores de ese modo.
Y quizás hable de otro asunto, de cientos de asuntos, pero me gusta pensarlo así: la historia de un amor que comenzó pichando. Es una de las posibilidades que dan las letras abstractas: la de adaptarlas a lo que uno quiera que digan, a lo que se lleve por dentro. Lo cierto es que, entiéndala como la entienda, me gusta esta canción, me gusta que se llame Pichando, y me gusta todo lo que produce Federico Franco porque me suena sincero.
A ratos, me recuerda a Leonardo Fabio, otras veces a Criss Cornell. O la mezcla de ambos. Algo anacrónico en todo caso. Su música es simple, de guitarra, batería y bajo, pero no es este el día para hablar de eso. Solo quiero decir que se llama Federico Franco y hace canciones sinceras. Si a vida fuera justa, eso sería suficiente para ganar algunos premios. Pero quién dijo que la vida lo era.

jueves, 20 de agosto de 2009

El maravilloso mundo de las cabezas parlantes

Ahí están, mírelos: son parlantes, delirantes, promiscuos musicales. Véanlos no más: Camilo Suárez al frente con un pañuelo rojo anudado al cuello mientras canta niño lobo. Un paso atrás, el señor Pedro Villa, cuarentón experimentado, ejecutante del bajo. Y a su derecha, el gordiflón de la guitarra, ingeniero de melodías. Ya no tienen quince años, ya sobrepasaron los treinta, y eso está mejor. No son una banda de rock y sí lo son al mismo tiempo. No parecerán poetas, pero lanzan versos que perdurarán en la memoria colectiva de los bares en los que me gusta hacerme viejo. Son parlantes, vociferantes, algo gitanos. Sacaron hace años un disco que no se olvida fácilmente. Y hace poco, lengua negra: más cargado de percusiones, mucho más oscuro. No todo lo que dicen sabe uno por qué lo dicen, pero da la sensación de que debe estar ahí. Parlantes canta y uno escucha, y encuentra cada vez sonoridades nuevas. No hay por estas tierras quién se les parezca, porque son de por aquí y no son de ninguna parte. Son de la música, del universo al que los acordes los llevan. Son de la salsa y del rock y del tango y de la cumbia y de esos otros sonidos inclasificables. Son parlantes, siempre parlantes, y que sigan parloteando entonces; que siga Fredy Henao al acordeón y Alfonso Posada en la batería; que David Robledo no deje de golpear las congas y que el Señor Oreja continúe atento en la consola… Y que Camilo, con su pañuelito rojo, no haya de callar. Impertinente, como gotita de agua cayendo sobre el tablado, que siga diciendo cosas, cualquier tipo de cosas, lo que le salga del esternón, que cuando Parlantes canta siempre habrá alguien con los oídos despiertos.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Ojos abiertos

No sé gran cosa sobre videos. No sé gran cosa sobre rock. Solo veo, escucho, y resulta que hay algunos sonidos e imágenes que me gustan. Otros no. Pero todo –como siento que debería ser el asunto con el arte- es muy intuitivo. Sin filosofías ni preconceptos. Sin teoría. Como lo sienta el oído. Como le pegue a uno la vaina.
Todo esto para decir que aquí van los diez videoclips hechos en Medellín –o de bandas de esta ciudad– que más me gustan. Como cualquier listado de este tipo, será siempre arbitraria su selección. Pero en fin, ya me acostumbré a las críticas. Es más: como que me hacen falta.
Ustedes, si quieren, pueden mencionar sus videos elegidos. De eso se trata.
Solo una precisión inicial: es posible afirmar que nuestro rock, al menos creativamente, puede estar pasando por un estado de estancamiento (habrá quienes no lo vean así y habrá quienes estén de acuerdo), pero frente al tema de los videoclips es todo lo contrario. Es decir, gracias a los avances tecnológicos, a la mayor asequibilidad de equipos y a la entrada de nuevos creativos, cada vez se hacen más videos en Medellín, y algunos resultados son en verdad de apreciar. Hace 15 años era otro cuento muy distinto.
Como sea, aquí va mi listado.
En el puesto 10, señoras y señores, Dinero, de Cafeína: Una animación bien lograda, un ritmo pegajoso, una excelente letra (“No todo es plata en la vida pero en ella todo es plata, por eso en la caída siempre estará la rata”). Este trío de raperos, juntos, logran sonoridades frescas.
En la casilla 9, Don Francisco, un triple empate romántico: Trasplante, de la 45; Marejada, de El Colectivo; Te equivocas si no crees, de Popcorn. Tres realizadores demuestran, cada uno por su lado, mucho de su talento: buen manejo del trávelin en Trasplante, un interesante efecto visual en Marejada y una buena dirección artística en Te equivocas si no crees.
En el puesto 8, Stella Maris, de Parlantes: más animaciones, una muy bonita ilustración, una canción para no olvidar.
En el puesto 7, poniéndole sabor a este listado, Sábado en la noche, de Coffe Makers. Realizado por una de las poquitas directoras de videos en esta ciudad. Imágenes con estilo urbano en medio de un ritmo para bailar.
En el sexto lugar, Emilio, de Nadie. Aunque, en realidad, todos los videos de Nadie son buenos. Se podría decir que Fernando Puerta, su director, es en esta década lo que fue Simón Brand en los 90: alguien que busca salidas visuales, que no se conforma con meros planos de la banda tocando o con registros de conciertos. Alguien que juega. Repito: todos los videos de Nadie son buenos, solo que Emilio, con sus montajes y efectos, aplica muy la estética punk y se ajusta perfectamente a la canción.
En el puesto cinco, y ya que hablamos de Fernando Puerta, sigamos con Se tienen rencor, de Nepentes: gústenos o no la música de esta banda, el video es innegablemente bueno.
Pero para demostrar que un videocplip no tiene necesariamente que tener un ritmo desenfrenado de imágenes, veamos, en el puesto cuatro, Relax Yourself, de 2Revoluxion: animaciones en 2D y 3D, a ritmo tortuga, que le asientan muy bien a esta canción. Un excelente video que, por cierto, a la banda no le costó ni un peso.
Siguiendo con la lista, en el puesto 3, un video que no está en Youtube, pero que en mi memoria es de lo mejor que se ha hecho en Medellín. Se trata de Un mal recuerdo, de Wolfine. Una idea sencilla pero bien lograda: en primer plano, el cantante, y de fondo, las acciones. Por lo demás, el hip hop también ha dado muy buenos videos en la ciudad. Y más que eso, ha sido ejemplo de colaboración entre músicos y realizadores. Digno de admirar.
Acercándonos al final, veamos, en el segundo lugar, Nada, de Estados Alterados: otra demostración de que la simplicidad, en vez de quitar, pone. Una cámara estática, sin cortes de edición, y toda la acción frente al lente. De entrada, con la saturación de colores, este video encanta. Y encanta más con los juegos que propone: efectos visuales, espejos, cambios de filtros, gente que se acerca a la cámara y la interviene. Uno de nuestros primeritos videos en llegar a Mtv. Bien merecido.
Sin embargo, sin necesidad de rotar en canales internacionales, en mi primer lugar dejo a Ojos enfermos, de Bajotierra. Otro videoclip sin cortes, aunque con mucho movimiento. Una realización con sabor local: está el payaso, el traqueto, el borrachito, el travesti, el barman, el bailarín con muñeca de trapo, el vendedor de chicles y cigarrillos… Está Guayaquil con su rojo encendido, con su gente indiferente y sus parlantes a reventar. Esta, claro, la estética de Juan Fernando Ospina, ese fotógrafo –por esta vez director- que tan buenas propuestas visuales le ha dejado a la ciudad. Y está, cómo no, el grupo de fondo, como parte más del paisaje. Una banda de la que ya se ha hablado mucho, pero sobre la que no sobra repetir: vaya si lo hace bien. Es curioso, pero Killer Monkies es como la antítesis de este video: un ambiente frío, pesado, casi denso. Y sin embargo, otro producto bien logrado. Bajotierra no defrauda.

Y listo, salió rápido, como en la revistas de vanidades. Para rematar, y a ver si alguien escribe, aparte de invitar a postular sus videos favoritos –hechos en Medellín-, por qué no pensar en los videos que nos hubiera gustado haber visto. Videos que quizás ya nadie realice, pero que en nuestra mente podemos ver clariticos.
Se me ocurre, en mi caso, que me hubiese encantado ver en imágenes Las calles de Medellín, de Coffe Makers, o hasta un Medellín p.m. – La conflagración, de Frankie ha muerto. De esta última banda, también, Tú también me dueles, con imágenes oscuras acompañando una de las mejores letras de nuestro rock.
De Bajotierra, ah, el video de Slam dance, como un cortometraje de amor suicida; o Reina del hielo, cargado de blancos.
De El Pez, Infusión o Lapidación, con imágenes rápidas, sucias, al estilo grunge.
Y de Ekhymosis, A media voz, una melodía que hace pensar en el colegio.
Y tantas otras canciones: Los amos de la información, Corazón felino, El blues del murciélago, Niño gigante, Pichando… videos soñados que quizás nunca veremos, pero que, no está de más, podemos imaginar. ¿Cuáles serían los suyos?

domingo, 5 de julio de 2009

Indi(e)gentes

En el mundo siempre ha existido un afán de rotular. Quizás porque lo que no es nombrado no existe, o porque lo que tiene nombre se vende mejor. Así, hablando de música, un día cualquiera la gente por estos lados empezó a hablar de tropipop, un término que en un inicio parecía despectivo y que luego fue aceptado, incluso, como una cualidad. ¿Pero qué venía siendo el tal tropipop? La verdad nunca lo tuve muy claro. ¿Era la mezcla de sonidos folclóricos con pop? ¿Era Carlos Vives tropipop? De ser así, el género no era tan nuevo, si desde hace rato venimos escuchando cosas así. Mi conclusión: puro afán de rotular y nada original a fin de cuentas.
Ahora, me da la impresión, lo que anda de moda entre las bandas es decir que son indie, quizás porque les suena muy londinense, o tal vez porque les da cierto halo de rebeldes del mercado. Si a eso vamos, indie –que por antonomasia hace referencia a ser independiente, es decir a no ser la trabajadora barata de una gran disquera-, pues somos casi todos en Colombia, si hasta chucu-chucu indie debe haber.
Ah, claro, me dirán algunos críticos bebiendo cerveza en un bar, “indie es más un sonido, una puesta en escena, es ser básico y creativo, son las guitarra de Jene´s Adicction, la diablura de Björk, la actitud de Sonic Youth”. Vaya, si es así, entonces indie en Colombia hay muy poquito. Así que, digo yo, dejémonos de pendejadas, que lo que aquí se llama indie, en gran medida, son simples ganas de aparentar –insisto, les suena muy cool-. A lo mejor los verdaderos indie no se llaman de ningún modo. Dirán que hacen música, a secas, y eso está mejor.
Sin embargo, mi problema, a la larga, no es que con el indie, sino con esos rótulos inocuos que al final no aportan nada.

miércoles, 17 de junio de 2009

De ciertos conciertos raros

Cuando uno tiene una banda de garaje y se la pasa tocando en bares estrechos y casas de amigos, con amplificadores prestados y en condiciones acústicas de lo más particulares, es comprensible que cada concierto sea una experiencia diferente. Y vaya si lo es. Desde presentaciones ante niños malvados hasta actos en los que terminan robándote la guitarra, la vida en vivo de Áluna ha sido una historia inclasificable, de la cual no sé si sentirme orgulloso o frustrado. Como en el concierto de este fin de semana, en el Teatro Las Tablas: un show en el que el sonido nos dio la espalda, pero en el que la calidez de la gente resultó vivificante. Será porque solo asistieron amigos cercanos y tías medio hippies. Lo cierto es que, por ahora, los conciertos me dejan cierta incertidumbre, la sensación de que tocamos más mal de lo que en realidad somos. Por eso, creo, hay que seguir tocando, hasta que llegue la presentación que deseamos: una en la que Áluna demuestre lo que en el fondo sentimos que es.

viernes, 8 de mayo de 2009

B side: el encanto de la corchea

Hace un minuto escribí: "Después del desgaste de grunge –lástima- y el ocaso del nu-metal –menos mal-, el rock debía encontrar salidas para airearse un poco. Y las encontró, como casi siempre pasa, mirando al pasado. Esta vez, a ese sonido de los setenta, tan lleno de ritmo, sin pretensiones exageradas, con algo de punk pero más elaborado. Un rock que provoca bailar aunque sin caer en cursilerías. Un sonido que varias bandas de Latinoamérica han sabido asimilar muy bien. Sin llegar a ser todo un “fenómeno” o un “movimiento”, es claro que mucho del rock de ahora encuentra más inspiración en el sonido básico de los setenta que en el de los explosivos y sobremaquillados ochenta. Para la muestra, estas tres cancioncitas de hoy. Bajos galopando en corcheas –turururururu-, baterías precisas y guitarras con distorsión. La maravillosa herencia de una década a la que le debemos mucho". Después, volví a escuchar las canciones y no estuve tan seguro de lo que decía. Es decir, no eran tan setenta como creía. Luego pensé: pero si de eso se tratan de las influencias, de tomar un poco de algo, no el todo. En fin, ya me perdonarán lo duditativo que amanecí hoy; las tres canciones me gustan -también recomiendo Mariposa, de Popper, y Trampas del poder, de Señornaranjo- e insisto: Dios bendiga esa década gloriosa que fueron los setenta.






jueves, 7 de mayo de 2009

Memorias de una mañana de revolución


De pronto, un segundo antes de empezar a tocar, una mujer-policía se interpuso:
- No, no, no –gritó-, ustedes no pueden hacer esto aquí.
Se refería, desde luego, a la grabación que estábamos a punto de comenzar, la del videoclip de canción “La rebelión en la granja”.
- Váyanse para otra parte –nos dijo.
Eso dañaba por completo nuestros planes, que eran los de filmar mientras la marcha del primero de mayo -que arrancaba desde el parque de La Milagrosa y bajaba por todo Ayacucho- se veía de fondo, mientras nosotros, en la mitad de la calle, tocábamos en primer plano. Pero con la policía en contra resultaba un problema ni el verraco. Significaba perder la llevaba de los instrumentos, el alquiler de la cámara, el montaje ensayado…
Entonces la gente que estaba por ahí, gente de a pie que iba a participar de la marcha, gente que no conocíamos, al ver lo sucedido comenzó a alegar con la policía.
- Pero si ellos son parte de la marcha –dijeron-, ellos son cultura.
La policía, ya no solo la mujer sino un grupo que se había unido ella, discutía:
- Ya la marcha está que llega, no pueden estar ahí.
Y la gente:
- Déjelos tocar, eso no interrumpe nada.
Mientras tanto nosotros permanecíamos ahí, observando la discusión, con todo montado pero dubitativos, entre el poder y la rebelión, bajo un cielo tímido que no sabía si convertirse en aguacero o abrirle paso al sol. Hasta que una señora que estaba allí riñendo con la policía nos dijo:
- Toquen, toquen. No les den gusto a éstos.
Nos miramos entre todos y sin pensarlo más comenzamos a tocar, mientras nuestros defensores seguían su alegato con la autoridad y la marcha caminaba unos metros más atrás.
- “Esta es la historia de una viejo cazador, que creía ser el amo y señor, y cuando llegó una tarde a su mansión se encontró una triste y muy gran revolución”.
Y aunque solo sonara la batería y los demás simplemente simuláramos un concierto de verdad, la gente, esa gente que estaba allí para lanzar su grito por la dignidad del trabajo, empezó a bailar y a cantar aunque no se supieran la letra, se hicieron parte de nosotros para más rabia de la policía, que tuvo que desistir de su intento de sacarnos.
- “Meeee, meeee, meee, meee”.
Y la marcha atrás, y nosotros tocando, y la cámara filmando, y la gente bailando. Todo espontáneamente, sin esperarlo. Un momento de esos imposibles de planear en un guión, sinceros. Llevados por el ritmo de una canción incompleta pero suficiente para hacer saltar el corazón. Con la policía a un lado, molesta, con la gente en nuestro bando, fue fácil comprender que todo en adelante saldría bien.
***
El video de “La rebelión en la granja” era un sueño aplazado. Lo habíamos comenzado a grabar hace un año, también en la marcha del primero de mayo, pero solo logramos unas tomas que, aunque significativas, no nos alcanzaban para los casi cinco minutos de la canción.
La idea de Juan Miguel y Diego, los directores del video, era una especie de historia con muchas locaciones y horas de filmación. Sin embargo, el bajísimo presupuesto con el que contábamos y las múltiples ocupaciones de todos fueron dilatando esta posibilidad, y al final el videoclip se fue postergado, casi hasta el punto de pensar en que no se terminaría.
Hasta que pasó un año y le dijimos a Juan Miguel: “Es ahora o no se hace, hermano”. Con la ayuda de Sandra Jiménez, que hizo las veces de productora general, nos conseguimos una cámara decente y un buen camarógrafo, y de un día para otro planeamos lo que sería la grabación. Aunque la palabra planear es inexacta: sabíamos que el rodaje sería en lo que Juan José Hoyos llama “El método salvaje”, que de alguna forma es tirarse al charco para ver qué sale. Todo esto es comprensible si se piensa que en medio de una marcha de esta, que casi siempre termina en peleas con la policía y a la que asiste más de 15 mil personas, es inútil pedir permiso, mucho menos acompañamiento policial.
Entonces, lo mejor era tratar de organizarnos entre nosotros y solicitar la ayuda de varios amigos de la banda. Llamamos a algunos de ellos para que nos apoyaran con el transporte de los instrumentos –sabíamos que tendríamos que correr con éstos en medio de la marcha- y conseguimos un carro prestado con un tío buenagente.
Todo fue un correr de aquí para allá en la mañana, transportando equipos, recogiendo amigos, planeando con el camarógrafo lo que sería la grabación. A diferencia del año pasado, la marcha de esta vez estaba plagada de policías, que nos requisaban en cada esquina.
- Y esa pinta es de qué –preguntaban algunos al ver mi sombrero.
- De rebelión en la granja –les decía.
Comenzamos la grabación hacia las diez y media de la mañana, y en adelante todo fue un agite impensable. Sabíamos que en cualquier momento la marcha se tornaría en pelea campal contra la policía, así que había que aprovechar cada segundo. Cada uno estaba encargado de cargar su instrumento y algo más –un amplificador, una parte de la batería-, y ni siquiera el director o el camarógrafo se salvaron de llevar algo al hombro.
Hacíamos una parada, armábamos el montaje, grabábamos la canción, mientras la marcha pasaba entre nosotros, mirándonos, gozando también. Luego desarmábamos y corríamos hacía otra locación.
En ningún momento la gente de la marcha nos miró mal, como intrusos. Por el contrario fuimos una parte más de los actos culturales que se planean dentro de esta celebración –no, señores derechistas del país, no todo en esta marcha son bombas y aerosol en las paredes-. La canción y los instrumentos se integraron a los gritos de protesta, otros músicos que viajaban en la marcha se unieron a nosotros por momentos, la cámara nunca fue un objeto intimidatorio.
Pasó lo que no esperábamos: que disfrutáramos la grabación como un concierto. Quizás fuera por la rapidez con que debíamos hacer todo –solo teníamos dos horas para las tomas-, lo cual le imprimía un vértigo especial a la filmación, o tal vez fuera porque la gente siempre fue muy cálida con nosotros, pero, en todo caso, se trató una experiencia sumamente divertida. Incluso para Henry, el camarógrafo, que se veía excitado con su cámara al hombro, y para los amigos de la banda, que corrieron sin descanso con los equipos a las espaldas.
Las últimas tomas –y a lo mejor las mejores- estaban pensadas para hacerlas en la avenida Oriental, con la marcha y la iglesia de San José de fondo. En adelante, solo faltarían algunas tomas de apoyo, de detalle.
Terminamos de cantar la canción en la Oriental y caminamos hacia el parque de San Antonio. Entonces comenzaron los estallidos de las papas bomba y la policía especial –como seguramente lo estaba esperando en toda la mañana- sacó su arsenal para desbaratar la marcha. Fue un momento caótico. Los gases lacrimógenos no dieron espera y la gente comenzó a correr. De un carro gigante disparaban chorros de agua a presión, con la que se hirió a varias personas.
Sin querer, nosotros, ataviados con instrumentos y cansados como si hubiéramos corrido una maratón, quedamos entre el Smad y la trifulca, llorando por culpa de los gases y sin saber qué hacer. El momento que no queríamos nos tomó por sorpresa y sin un plan de escape.
Al final, no vimos de otra que quedarnos en medio del parque de San Antonio, viendo correr a la gente, soportando los gases y con la policía enloquecida. Algunos encapuchados pasaban por nuestro lado; la policía robocop, también. Y nosotros ahí, quieticos, no vaya y fuera que nos dañaran una guitarra o un tambor. Por fortuna, nadie se percató de nosotros.
Al final los tombos, con sus métodos de agua a presión y gasesitos blancos, lograron aplacar las protestas; decidimos terminar allí mismo, en el parque, las tomas que nos faltaban. Habían pasado casi tres horas desde que comenzamos y nunca estuvimos quietos. Sudorosos ya, sin la misma energía del principio, después de haber visto todo lo que habíamos visto, no teníamos muchos ánimos de continuar. Así que cuando Henry dijo: “No voy más, estoy muy cansado”, le agradecimos con los ojos su gesto de rebeldía.
Al otro día, todos –camarógrafo, director, amigos, la banda en general- amanecimos tan molidos como si hubiéramos montado a caballo todo el día, después de años sin practicar. Sin embargo, era uno de esos dolores satisfactorios. Después del gusto, qué importaba la fatiga muscular.
No sabemos todavía cómo irá a quedar ese videoclip con marcha de fondo, pero, como dijo Alexis, uno de los amigos que se sudó la grabación, “pasamos tan bueno que lo que menos me importa ahora es el videoclip como tal”.
Tiene razón.

domingo, 3 de mayo de 2009

B side: Fume y escriba (Ritmo Cartel)

La historia de Ritmo Cartel me la sé mal sabida, así que no se extrañen si la cuento mal contada aquí. Digamos que, en general, los datos que en esta columna aporte son meras suposiciones mías, así que no tienen por qué creerme del todo.
Como sea, creo que todo parte de Mulataje, una agrupación de hip hop que a principios de esta década revolcó la escena en la ciudad. Revolcó para bien, con letras que se salían de lo convencional en este género. Recuerdo que fue a ellos, a Mulataje, a los primeros que les escuché la palabra “empeliculao”, que terminaría siendo tan popular por estos lares. Usaban la zeta para todo, quebraban las palabras para darle otro sentido. Eran rudos y aun así inteligentes. “Mulatoz y malevoz, enpelicuaos con la escena medellinenze”. Sus canciones no eran un mero ritmo repetitivo al infinito: tenían guitarras, scratchs, bajo. Eran de la calle pero tenían estilo. Tipos sucios que sabían de lenguaje. Sacaron un disco genial.
Una vez, cierto día del año 2000, los vi ensayar en los estudios El Pez. Ellos tenían una traba tan monumental que cualquier hippie hubiera envidiado. Y no cantaban rap sino una vieja salsa, otro ritmo urbano que pega bien en Medellín. Así que cuando pocos meses después escuché que Mulataje se había transformado en orquesta me pareció natural.
Mulataje orquesta era salsa de la calle, dura. Sonido urbano que bastante necesitaba la ciudad. Sé que la orquesta viajó por varias ciudades del país, incluso de Suramérica, pero no le seguí mucho la pista.
Hasta que los vi convertidos en Ritmo Cartel, que era como la combinación de Mulataje con Mulataje orquesta, pero más ácidos, más jazz. Me costaba entender cómo lograban entonar sus rimas en esos ritmos alocados, de compases difíciles. Cómo el hip hop podía tener un contrabajo de fondo, un piano de cabaret. Pero lo hacían. No era un rap hablado como usualmente se usa; tenía, por el contrario, entonación, cadencia. Si bien siempre habían sido buenos en lo suyo, Mulataje, convertido en Ritmo Cartel, había madurado. Se les notaba la academia, academia mezclada con calle, con vida, que para una banda puede la mejor mezcla que haya.
Ritmo Cartel combinaba básicamente dos sonidos que poco tienen que ver con la música tradicional colombiana (el jazz y el hip hop) pero aun así lograban imprimirle un sonido propio, local. Una rareza que en Medellín casi nunca se ve.
Y quizás por eso, por adaptar tan bien sonidos del mundo al color local, fue que la Alcaldía de Medellín los invitó en 2006 a participar en el encuentro Medellín en Barcelona, que llevaba representantes artísticos de la ciudad hasta la península ibérica a presentarse. Una oportunidad maravillosa para cualquier músico de por acá.
Con lo que la Alcaldía no contaba es con que los chicos de Ritmo Cartel decidieran quedarse. Así, sin papeles en regla, sin plata, sin permiso, creando, de paso, un pequeño problema diplomático (imagínense: uno lleva unos músicos a un evento, para hacer quedar bien a la ciudad, y los verraquitos se vuelan; dicen: la vida por allá en Medallo está muy dura, yo mejor me quedo en la puta madre patria. ¿Uno qué le dice al alcalde? “¿Parce, esos manes se quedaron?” Ja, la cara que habrá puesto el Fajado. Je, la rabia del cónsul. Ji, el estrés de la organizadora del encuentro. Jo, qué golazo el que metió Ritmo Cartel). Pero qué más se iba a hacer, si era una oportunidad única para ellos (que con esa cara de raperos no les iban a dar visa nunca); qué más se iba a hacer, si es la realidad de nuestra tierra, la de tener que buscar oportunidades en otros lados. Y así pues, sin nada, se quedaron (Fredy Serna, que andaba por allá en esos días en una pasantía artística, los acogió en su apartamento el primer mes).
Y no sé de qué vivan allá, si son meseros o recicladores, si lavan platos en un restaurante y tiene que soportar la xenofobia. Lo que sí sé, lo que se ve en las fotos, lo que se escucha en las canciones, lo que en verdad importa, es que no han dejado de hacer música, que siguen siendo Ritmo Cartel aquí o en cualquier parte. Y siguen teniendo ese sabor local que los hace únicos.
Así lo demuestra esta canción que hoy recomiendo: Fume y escriba (www.myspace.com/ritmocartel), una especie de declaración de principios, un canto de amor al hachís, una muestra de que a veces –muchas veces- los vicios aportan al arte. “Que no falte la bareta en mis manos, que no falten las baquetas en mis manos”.
Acid jazz con sabor a popular No. 8, de medellinenze o barceloniza, empeliculaos con el arte, vivos. Dándole a la música siguen los Ritmo Cartel. No importa dónde, no importa cómo. Importa, eso sí, lo sincero que se es. Y Ritmo Cartel lo es. Porque “aunque critiquen como yo viva, yo siempre estaré fume y escriba”.

lunes, 13 de abril de 2009

El público al escenario

Es cierto: uno hace música para uno, para satisfacer las ganas de decir. Pero también es cierto que uno hace música para los otros, esa gente que asiste a los conciertos, que está pendiente de la banda, que canta las canciones. Y ellos, seguidores o no, son en buena parte la razón de ser de todo esto.
No estoy diciendo nada original. Lo dicen los cantantes todo el tiempo. Solo que, ahora más que nunca, es una verdad tangible: los seguidores son cada vez más importantes. Tan importantes que influyen sobre el quehacer de las bandas, tan importantes que, de alguna forma, toman decisiones por ellas. El seguidor ya no es ese ente desconocido que asiste a los conciertos y compra cds. Es, en estos momentos, un integrante más del grupo, una especie de promotor muy valioso. Puede crear páginas en MySpace o Facebook –ayudando así a propagar la música de la banda-, mantiene contacto con los músicos a través de internet, toma fotos, filma, comenta, publica…
Así las cosas, ya no es solo la banda la protagonista, lo es también el seguidor: un equilibrio justo después de todo. Y más allá de justo, bonito. Porque es bonito recibir comentarios, críticas, mantener un diálogo directo con quien escucha tus canciones. Así que a todos aquellos que nos escriben o nos mandan fotos o videos –como el que ahora publicamos-, no nos resta más que decirles gracias y pedirles que continúen así, aquí, con nosotros. Para Áluna son tan indispensables ustedes como lo son el bajo, la guitarra, la voz o la batería.

domingo, 15 de marzo de 2009

B side: Fiesta en el temor (El Pez)

Al fondo del bar estaba Caballero con una copa de aguardiente en la mano. De no ser por ella y por La Mona, que atendía en la barra, todo El Guanábano hubiese estado vacío. Qué te pasa, Caballero, le pregunté al verla tan silenciosa. Es la ciudad, me dijo, no creí que fuera afectarme tanto lo que está pasando, pero tengo miedo. Me duele pensar que pueda morir porque a algún pendejito armado le dio la gana, o que mi muerte sea como una especie de daño colateral de la guerra.
Caballero hablaba en serio. Estaba triste. Hay personas a las que un pasquín intimidatorio puede afectarlas profundamente. Sembrar el miedo no es difícil en un país acostumbrado a la violencia.
Salí del bar pensando en ella, pensando en el temor de muchos; en mi mamá que últimamente anda llamando todo el tiempo para saber dónde estoy; en los taxistas que hablan de muertos y balaceras; en Castilla que ha estado caliente en estos días; en el chico muerto a balazos en la universidad; en las hipótesis de los políticos; en el optimismo de los coroneles; en la relación que todo esto –muerte, intimidación, miedo- puede tener con la tal asamblea (fiesta) del BID. Y pensé en esta canción, Fiesta en el temor, que lamentablemente logra ser banda sonora para la Medellín de estos días.
La hace El Pez, uno de esos grupos de rock ya desaparecidos y que, al lado de Bajotierra y Los Árboles, fue particularmente creativo. Hace parte de Disco3, un álbum que se quedó inédito pero del cual pueden escuchar varios cortes en Last.fm o en el Facebook de la banda. Puede que la melodía sea alegre, pero lo que dice es bastante triste: la confirmación de que hay quienes celebran y se hacen ricos con el hambre y el miedo de otros. “Eso no lo dicen en la televisión”.

lunes, 9 de marzo de 2009

Pequeña revelación

Y llega el momento en que esos chicos que ves cada ocho días para hacer música terminan por ser tus amigos. Quizás tus únicos amigos. Y comienzas a ir a sus casas aunque no haya ensayo y te vuelves padrino de sus hijos y visitas a sus esposas si están enfermas en un hospital. No importa ya hasta dónde lleguen como banda de rock, incluso si al final los espera el fracaso con una risita de burócrata endiablado. Con la amistad, ya es mucho lo que han ganado.

domingo, 1 de marzo de 2009

B side: El viaje del miedo (Catupecu Machu)

Existen varias razones por las cuales me gusta esta canción. Una de ellas es porque su bajo tiene –digámoslo así- personalidad. No es un bajo que se limita a doblar el bombo: es un bajo que aporta, que tiene fuerza, que busca salidas. Otra razón sería la música en sí. Si bien la canción tiene un coro fácil de recordar, no entra en la onda pop; es demasiado acústica para parecer hardcore y hasta el rock a secas no la define muy bien. Así que digamos simplemente que es una canción rara y aún así recordable. Eso es bueno.
Por último –para no alargarme en este comentario- las voces están muy bien dobladas, una característica muy propia de los Catupecu Machu, esta banda argentina que se define como “Hardcore funky con el espíritu del primer Sumo, realizado por los fans de Luis Alberto Spinetta y Soda Stereo".
Si bien no todo lo que ha producido esta banda me gusta -Cuadros dentro de cuadros me parece un álbum decepcionante-, la banda en general tiene canciones muy buenas, como A veces vuelvo y El Sueño. Es una agrupación sorpresiva, musicalmente cuidadosa y de un estilo que no se encasilla. En vivo, dicen los que la han visto, son geniales. Así que no sobra que les echen un ojito encima. Capaz que les termina gustando.

jueves, 19 de febrero de 2009

Áluna (un borrador sobre sus inicios)

- ¿Y hace cuánto tienen la banda?

Es una pregunta sencilla y, sin embargo, difícil de responder. Porque ¿qué indica el nacimiento de un grupo musical? ¿El primer ensayo? ¿Su primer concierto? ¿La primera grabación?

Trato de encontrar en mi memoria el momento en que comenzó todo y no lo encuentro. Las fechas se me confunden y no mucho me resulta claro.

Solo me queda suponer que todo fue a finales de 2005. Yo conocía a Óscar porque habíamos tocado juntos en una banda que no duró casi nada y que se desintegró por problemas de faldas -¡siempre las mujeres!-. Una tarde, creo que de octubre, me lo encontré en la universidad y charlamos un rato. Me dijo que quería hacer son cubano, que ya no quería tocar el bajo sino la guitarra y que estaba cansado del rock and roll. Me invitó a ensayar y una semana después yo estaba en su casa tratando de hacer música con unos desconocidos. Óscar tocaba la guitarra líder; otro chico, llamado Sergio, tocaba la guitarra rítmica; y uno más, del que no recuerdo el nombre, tocaba los bongoes. Desde el principio a mí me tocó el bajo.

Se suponía que Juan era el vocalista, pero estaba en Pácora cogiendo café y no regresaría hasta el febrero de 2006. Se suponía que Fáber sería el baterista, pero estaba en Jamaica ganándose la vida. Se suponía que íbamos a ser un grupo de son cubano, pero ninguno sabía gran cosa sobre este ritmo.

En un inicio, todo se suponía y nada funcionaba bien.

Al chico de los bongoes lo echamos rápido por una razón de salubridad: tiraba pedos todo el tiempo. Era grandioso con los tambores, pero despedía un olor insoportable. Sergio se aburrió solito. Creo que no duró más de tres ensayos. Y yo me fui para Argentina.

La única canción que nos quedó de nuestro intento con el son cubano fue un cóver: Chan-Chan, que es de lo de más fácil y ni aún así nos sonaba bueno.

Cuando regresé de Argentina, no recordaba que estaba en una banda.

Hasta que Óscar me llamó cualquier día de marzo de 2006. Me dijo que Fáber y Juan –a quienes hasta entonces no había conocido- ya estaban de vuelta en Medellín y que, ahora sí, podíamos ensayar en serio. El problema es que yo me había metido en uno de esos trabajos agobiantes que no dejan nada de tiempo libre y no podía ir a los ensayos. Sin embargo –quizás por esa fe que siempre le he tenido a Óscar- le dije que contara conmigo, que yo veía cómo podía ensayar.

Pero, la verdad, es que no podía. O si podía era una vez al mes. Y así no rinde.

Menos mal, Óscar tenía mucho tiempo libre, y cuando ensayábamos él tenía todos los arreglos listos. Se juntaba con Juan –que desde un principio me pareció un tipo de un talento desbordante al igual que su indisciplina- y montaban canciones que componían entre los dos, o que componía Juan pero con arreglos de Óscar. Así nacieron las primeras canciones de la banda: Celestino, Mundo de Fuego y Desierto de piel, que eran hechas para ser tocadas con guitarras acústicas, bajo y bongoes. Es decir, nada de estridencias ni chorus, nada de percusiones mayores.

Ensayábamos, cuando podíamos, los viernes en la noche en el balcón de la casa de Fáber, en Castilla. Fáber era el único que había estudiado música dentro de la banda, y eso se le notaba. De no ser por él, por la seriedad con que asumía su papel en los tambores, por el compromiso con que asume todos los aspectos de su vida, los ensayos no hubieran llegado a ningún lado.

No nos llamábamos Áluna entonces. No nos llamábamos de ningún modo. Simplemente éramos cuatro chicos que ensayaban una vez al mes y que no tenían mucha visión de lo que querían con aquel grupito. Pero la pasábamos bien. Juan nos enseñó a camellar en la calle cantando. Íbamos los sábados en la noche a tocar a las puertas de restaurantes por cualquier moneda. Óscar, en ese entonces, no tenía trabajo, y Juan, como ha sido siempre, vivía de cantar. Todo lo que ganábamos –que no era mucho- era para ellos. Creo que cantamos Mundo de Fuego –la canción de la melódica- como en 30 restaurantes del centro y en otros más de Bello y la 80.

La primera vez que tocamos como banda ante algún público fue en el cumpleaños de Fáber, en julio. Ya teníamos un par de canciones más: A quién le puede importar y Fuera de mí, que necesariamente imponían la participación de la batería y la guitarra eléctrica. Eso cambió mucho las cosas.

Pero si ven, éramos un grupo netamente pop. Éramos como la banda que acompaña a un solista, en este caso Juan. Todas las canciones eran suyas, tenían su estilo, y la banda como conjunto no tenía personalidad –bueno, aún la estamos buscando como adolescentes en su paso a la adultez-.

Aquel concierto fue más una serenata. Nada del otro mundo. Y vino otro más del mismo estilo, también en la casa de Fáber.

Entonces, a los pocos días, Óscar llegó con una canción que se salía por completo del estilo pop en el que veníamos. Se trataba de Silencio, una extraña combinación de rock sicodélico con algo que al final parecía un bolero. Tenía una letra rara, con muchos significados (aquello de No digas nada/ no preguntes nada/ Que un silencio sin fin será tu escudo/ y al mismo tiempo tu perfecta espada) y se prestaba para jugar más con la música y los estribillos (incluso yo no resistí la tentación de meterle un versito, que en realidad era una pequeña variación del Hondero entusiasta: No digas nada/ no pienses nada/ esto es un juego/ este es mi juego:/ rompecabezas que construyo con fichas de deseo/ La pasión, sangre y fuego/ me quema a llamaradas trémulas/ Ay, tú no sabes lo que es esto).

Eso sí que marcaba una variación a lo que veníamos haciendo. El rock comenzaba a llamarnos con su voz de borracho herido.

Justo en ese entonces –octubre de 2006-, cuando ya teníamos siete canciones y comenzábamos a pensar en un sonido más de banda, Fáber me echó del grupo porque nunca iba a los ensayos. No me lo dijo con molestia, sino con profesionalismo, y yo lo entendí aunque me lastimara. Cuando uno está en un trabajo que no deja respiros, tener un pasatiempo como la música es un mínimo equilibrio para no morir de tedio.

Pero qué más iba a hacer: me fui.

Y no volví a saber nada de los chicos en un par de meses. Solo una vez me encontré a Juan en el centro, quien me dijo que ya habían conseguido un nuevo bajista.

Hasta que el trece de diciembre de aquel año –eso sí lo recuerdo bien- me llamaron para que les ayudara con un concierto. Su nuevo bajista, al parecer, les había quedado mal, y ahora estaban en serios problemas para cumplir con el compromiso.

Yo recordaba perfectamente las canciones, así que no le vi problema. Aquel día, entre otras cosas, terminaba mi contrato laboral, o sea que era la fecha de mi libertad. Solo que para llegar al sitio del concierto me perdí entre las calles laberínticas de Castilla y llegué con una hora de retraso.

Cuando por fin encontré el lugar, los chicos ya estaban tocando. Fáber, se notaba de lejos, estaba furioso. Ya llevaban como tres canciones. Era un concierto en la calle, en la celebración de los cinco años de la corporación cultural La Jícara, y el público se veía expectante.

Me subí al escenario sin decir nada y me colgué el bajo. Iban a la mitad de A quién le puede importar. Comencé a tocar. No me atrevía a mirar a los otros chicos; tenía la vergüenza quemándome la piel.

Como yo venía del trabajo, llevaba puesto un traje azul, con chaleco de paño y corbata a rayas. Se veía muy chistoso mi aspecto de ejecutivo pobre en una banda de rock.

Alcancé a tocar cuatro canciones. Cuando tocamos Silencio, que era la última del repertorio, la cosa se supo animada. Sonaron aplausos sinceros. Nada mal, para ser nuestro primer toque oficial.

Para despedirnos, Juan dijo:

- Esto fue Áluna, hasta la próxima, muchas gracias.

Fue la primera vez que nos llamamos con este nombre, propuesto por Óscar desde tiempo atrás. Aunque no nos gustaba, no habíamos encontrado otro mejor.

Desde aquel día, nos hicimos amigos de La Jícara y toda la movida cultural de Castilla. Comenzamos a existir para ciertas personas enamoradas del arte.

Luego del concierto, nos pusimos a charlar y les pedí disculpas a los chicos por el retraso.

Entonces, Fáber me dijo:

- Si quiere, y ya puede ensayar, vuelve.

Y yo, claro que quería.
Y no es por nada, o quizás por todo, pero creo que ese día nació Áluna de verdad.

Por cierto, estas son las primeras fotos que nos tomamos, allá en el balcón de la casa de Fáber en septiembre de 2006.

lunes, 9 de febrero de 2009

B side: Quisiera ser (W.I.N)



Señores: vale la pena que le sigan la pista a esta banda. Se llama W.I.N y es de Castilla. Y tienen mucho, muchísmo talento.

jueves, 5 de febrero de 2009

El rock de los solitarios

Paradójicamente, el rock más comercial en Medellín es a la vez el más solo. Me refiero al pop rock, el blues rock, el rock fusión o, simplemente, el rockcito, como tienden a llamar ese tipo de rock que puede beber de influencias que van desde lo más dulce de Fito hasta lo más ácido de Draco. Es decir, un rock que asienta muy bien en los bares, que no da para poguear pero que no deja caer dormidos. Un estilo Beatle (verso, coro, verso, coro) muy sabroso para escuchar. De ése, del que menos feo le hacen las emisoras, es del que hablo.
Y es paradójico porque contrario a lo pasa con el metal, el hip hop, el punk o hasta el reggae, el rockcito en Medellín no tiene un movimiento.
No cuenta con eventos especializados tipo Metalmedallo, no crea ejercicios de apoyo mutuo como lo hace el hip hop con la Tribu Omerta, no lanza compilatorios como lo intenta el punk con La Jornada del Caos.
Es un solitario.
Bandas como Volcánica, Ciudad Pasarela o Artefacto no tienen un festival independiente que las aglutine. Tocan por ahí, de a una, con su gente. Seguidores que no tienden a asomarse a lo que hacen las otras bandas.
Y ellas, las bandas de esta onda, tampoco hacen lo que hace el hip hop: integrarse, ayudarse las unas a las otras con los videos, crear estudios especializados y gestionar eventos para su música.
Son, más bien, como extraños grupos huérfanos. No se sabe bien quiénes son sus seguidores –al menos, no es tan evidente como con otros ritmos-, no hay eventos que las convoquen, no hay sellos ni ejercicios de integración.
Hacen el rock con más proyección internacional, usualmente sus discos son muy bien grabados, suelen tener muy buenos músicos e instrumentos, pero así, solitos, dan algo de pena.

domingo, 1 de febrero de 2009

B side: Los días adelante (Bajotierra)

No conozco un grupo de rock colombiano que despierte tanta nostalgia como Bajotierra. Primero por sus discos, en especial, desde luego, por Lavandería Real. Y segundo por sus conciertos: desde uno a principios de los noventa en la Casona de Envigado hasta otro en el Parque San Antonio en el que Camilo Suárez se lanzó al público pero nadie lo recibió. Y muchos, muchísimos más. Leer su página en Facebook es eso: encontrarse con comentarios nostálgicos de lo que fue Bajotierra, de lo que significaron canciones como Las puertas del amor o Slam Dance y de lo que, snif, fue una época gloriosa para el rock nacional.

Por eso, cuando después de diez años de receso anunciaron un nuevo álbum la expectativa fue mucha. El problema es que la mayoría esperaba una especie de Lavandería Real 2 y de eso hubo muy poco. Casi nada. Entonces, para muchos vino la decepción. Sobraron comentarios como que Bajotierra ya no tenía el mismo estilo en la composición, que las voces parecían de ultratumba, que ya no habían trompetas, y un larguísimo etcétera en el que lo que quedaba claro era que Bajotierra ya no era igual.

Lo cual es completamente cierto: Bajotierra ya no es igual. En primer lugar, porque ya no está el hilarante Camilo Suárez, vocalista principal del Lavandería Real. Ya las canciones no son tan festivas ni las letras cuentan historias como en Jimmy García, ya no hay influencias de la salsa como en Las puertas del amor ni una canción acústica tipo El pobre.

No es igual Bajotierra, es verdad. Estos tiempos tampoco lo son. Pero, digo yo, no es para echarse a llorar.

Por una razón de peso: Los días adelante, el último disco de la banda, es muy bueno. Distinto, claro, con otra poesía y otro estilo. Es, me da la impresión, un álbum muy de Lucas Gingue, vocalista en el primer álbum de la banda y vocalista en Los días adelante. Son letras más crípticas, pero que evocan imágenes inquietantes (“¿Y si cada movimiento produce ondas en el cemento que te llevan lejos?”). También hay canciones dulces tipo Vigilante: “Vos sos mi tiquete ganador/ aquí en la tierra sos mi misión/ y si de lágrimas hacés un mar/ en ése es que yo me quiero ahogar”. Y bailables, aun sin trompetas, como Killer monkeys: “Aquí están/ otra vez/ y no van a parar/ de hacer ruido/ toda la noche/ se quedan así/ es lalalalá”.

Un álbum que sigue siendo urbano, con guitarras rítmicas y voces sobre dobladas. Más íntimo, de alguna forma. Menos colorido y más oscuro. Se podría decir –y ahí me perdonarán la rima- mucho más maduro.

Diez años no pasan en vano, y si bien el Lavandería Real sigue siendo para muchos el mejor álbum de la música rock colombiana, Los días adelante no defraudan. Simplemente hay que escucharlo un poco más: no es tan impactante de entrada, pero al rato, señores, sí que comienza a gustar.
Por eso la invitación es clara: www.myspace.com/losdiasadelante

lunes, 26 de enero de 2009

Luchadores de causas puras

Felipe Laverde se montó en el cuento de hacer un festival de rock en Castilla, nuestro barrio. Sí, ahí donde lo ven, en Castilla pululan las bandas de rock. Las hay punkeras y dulces, de cóvers y originales. Las hay como la nuestra, ni fu ni fa, como si dependiera del ánimo con el que amanecemos. Pero todas, independientemente del estilo, buscan salir adelante.
Por eso Felipe, que toca la batería y tiene una banda llamada Tierra, y que ha vivido en Castilla desde que comenzó a gatear, se puso a tocar puertas y a pedir patrocinios para su festival. No sabía, cuando comenzó, que la lucha sería tan dura. Meterle plata a un evento de rock no es algo de primer orden en ninguna institución.
Tardó más de un año, de aquí para allá, prácticamente solo. Mire, señor gerente, soy músico y queremos hacer un festival de rock. ¿Un qué? Un festival. ¿Con los Cantores de Chipuco? No, señor gerente, con bandas de rock. ¿De rock? ¿Esa música metálica? Hombre, es para apoyar el talento de nuestro barrio. ¿Talento? ¡En ese barrio de traquetos! Que no, señor gerente, que no todos son traquetos; míreme a mí: solo soy un baterista buscando hacer un festival.
Al final, hasta los mismos músicos terminamos de alguna forma metiendo plata. Pero el festival se hizo. O mejor dicho: Felipe lo hizo posible.
No se trataba de competir con Altavoz o de montar un Rock al Parque en miniatura. Se trataba de conocernos y que la ciudad nos conociera. En esa medida fue un festival muy humano, sin grandes montajes ni luces incandescentes. Pero cercano, con el músico ahí y el público a un paso.
Felipe estaba contento. Lo había logrado. Y es tan quijotesco este hombre –y cuán admirables son los luchadores de causas puras- que ya planea la segunda versión para este año.

martes, 20 de enero de 2009

B side: Hurt (Johnny Cash)

Hay canciones que maduran en la voz de otra persona. Este es el caso de Hurt, originalmente de Nine Inch Nails pero definitivamente mejor en la versión de Johnny Cash. Tanto así que Trent Reznor, compositor de la canción, afirmó que nunca volvió escuchar su propia versión desde que escuchó la de Cash.
Tiene razón para ello. La voz de ultratumba de Johnny y el simple acompañamiento de la guitarra se adaptan tan bien a la letra que uno pensaría en un extraño juego del destino en el que la canción siempre lo estuvo esperando.
La grabó a los 77 años. Es como si la cantara con cierto enojo tranquilo. La letra -teniendo en cuenta la fascinación de Johnny por temas como la pena y la culpa- parece suya. Y el video, con esas imágenes de archivo y de la Casa Museo de Cash, resulta un complemento impecable.
Solo un reparo habría que hacerle: Hurt no es apta para escucharla en estado de pesadumbre. Únicamente empeorará las cosas.

martes, 13 de enero de 2009

La vida, después de todo

El concierto que nunca fue
Un par de días después de que nos contrataran para tocar en Abejorral, un pueblo al suroriente de Antioquia, Fáber se cayó de la moto y se quebró la clavícula. El diagnóstico: nada de tambores en seis semanas. Así, nuestra primera gira se la llevó el diablo.

Los vagabundos lo hacen bien
Por alguna razón, los hippies como Juan suelen tener espermatozoides muy sanos. Tan sanos que llegan a fecundar. Y así es: ahora Juan va ser papá. Leidy, su chica –que hasta hace poco no era su chica pero que con este nuevo “suceso” lo vuelve a ser- va por su octava semana. Lo bueno es que a ambos se les ve felices. Y lo de esperarse: Juan consiguió trabajo. Un hippie más que desaparece del mundo de los nostálgicos.

La sombra de Murcia
Óscar ha quedado sin trabajo. La razón: la empresa de televisión por cable en la que trabajaba era otra de esas “fachadas” de DMG. Quién creyera que la sombra de las pirámides pudiera llegar a afectar hasta a un inocente grupo de rock. Pero así fue. Ahora Óscar busca trabajo. Tiene propuestas en otra empresa de televisión por cable que al parecer no tiene nada que ver con mechuditos multimillonarios ni siglas misteriosas que terminan involucrando a todo el país.

Áluna propicia el amor
Sandra es una amiga eterna que me acompaña a todos los conciertos. Y de tanto trasegar por bares sombríos donde Áluna hace su show, conoció a Víctor, uno de esos fans encantadores que no se pierden un toque. Lo demás es historia. Lo dicho: Áluna propicia el amor.

Información parroquial
Nació Ana María, la segunda hija de Fáber. Óscar anda enamorado, pobre pero enamorado. Juan Miguel prometió comprar amplificador. Camilo –o sea yo- al fin compró la telecaster de sus sueños, por la que ahorró todo el 2008. Juan va a abandonar el cuartucho del rebujo en el que vive por algo mejor, “porque voy a ser papá”. La soledad se acuesta al lado izquierdo de mi cama. Y comienza el 2009, un año decisivo. La vida es una rueda mágica que no deja de girar.