No sé cómo mueren las bandas de
rock, pero sé cómo muere esta, y es lo que voy a contar.
Desde hace meses había reservado
el post número cien de este blog para la despedida. Para cerrar, al fin, esta
página que fue cayendo a menos. Solo que estábamos tan cansados de todo que ni
ganas de despedirnos teníamos.
- – ¿Cansados de todo?
Sí, doctor Sigmund. De diez años
juntos, como en las parejas. Hay poemas tristes sobre eso.
- – Entiendo. Pero explíqueme eso de “todo”.
Bueno, tiene razón. No era
cansancio de los escenarios –que nunca fueron muchos– ni de las grupies –que
fueron menos– ni de las drogas –que ni por asomo–, sino de diez años juntos y
largas temporadas sin ensayar. Sobre todo eso. Una banda que no ensaya es una
banda muerta, dice Óscar. Es una pareja sin sexo, digo yo, o con mal sexo, que
es peor.
- – ¿Y qué pasó?
Nadie podía. Media hora antes del
ensayo al uno se le moría el gato, al otro se le enfermaba el hijo, al tercero
le daba un ataque de tos. En un panorama así, la apatía se riega como hierba
mala.
- – Y viene la frustración.
No sé si frustración. Ya estoy
muy viejo para lamentar el pasado. Solo que, sin ensayar, al Óscar se le
acumulan las canciones, que es una sensación terrible: crear cosas que nunca
toman forma. Y Fáber se desespera por no haber tocado nunca en el Carlos Vieco.
Y yo, no sé, como que me aburro mucho en casa.
- – ¿No sería que sí, que después de diez años había
frustración por no ser famosos como La Toma?
Bah, en absoluto. En particular,
le temo a las multitudes tanto como al cáncer o al fanatismo. Si de algo me
siento frustrado es de no haber hecho más canciones, montones de canciones. Buenas
y malas, qué más da. Mías, de Óscar, entre todos. Y grabarlas. Grabar es la
frustración más bonita que tiene la música.
- – Entonces este es el adiós, el post número cien.
Me temo que no. A veces
despedirse cuesta más de lo esperado. Como en las parejas, insisto. Hace un par
de semanas nos reunimos en un bar de Bello para acabar con todo y terminamos
bebiendo y queriéndonos mucho.
- – Eso suena un poco gay.
Como sea. Mencionamos todas las
canciones que nos quedamos sin grabar, las de los primeros días. Canciones
guitarreras, más densas, menos festivas que las de Combustiones. Como más
nuestras, de cierta forma. Despedirse así no más, sin grito, es una manera
tibia de despedirse. Las bandas de rock deben morir como los músicos del
Titanic, nos dijimos en medio del brindis.
- – Y, abrazados, decidieron continuar. Cosas de
borrachos, hombre.
No tanto. Dentro de nosotros hay
cierta conciencia de que esta banda no va más, pero también creemos que hay
ideas que no queremos que mueran en el silencio.
- –
Interesante.
No digo que vayamos a morir a lo
grande. Tan solo creo que vamos a cerrar el ciclo creativo, por llamarlo de
algún modo. Grabar, componer, con el último aliento.
- – Insisto: me dijo que este era el post número
cien, el último.
Sí, lo es, pero de repente me
dieron ganas de contar cosas. Como cuando comencé con esto. Hablar de música,
que es lo único mejor que escuchar buena música. Sin censura. Sin verdades.
Contar, como los enfermos terminales, cómo son los últimos días de esta banda.
- – Perdone el escepticismo, pero no me convence.
Más de una vez ha dejado tirado este blog.
Cierto. Totalmente. Pero quiero
decir que quiero escribir cincuenta columnas más, una por semana. De lo que
sea. Será como mi forma de duelo, mi Happy
together. ¿Vio esa película, doctor Sigmund?
- – Lo lamento, creo que ya estaba muerto. En
cualquier caso creo que entiendo lo que quiere decir. ¿Algo más que agregar?
Sí, una cosa: en medio de la
borrachera pensé en cómo podría llamarse el disco que resulte de este periodo
agonizante.
- – ¿Y cómo?
Así, como este post: Últimas canciones, primeros días.
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