Hace
poco (hace nada en realidad) leí una columna de Jenny Giraldo sobre la falta de
crítica en el teatro de Medellín. Crítica en su sentido más diverso, es decir
no solo negativo. Crítica para construir aunque se diga que tal obra es mala.
Sí, eso también construye.
Algo
parecido pasa con la música local.
Quizás
abunden las reseñas, pero son tan escasas las críticas. Las reseñas informan,
dan cuenta de un producto (un nuevo disco, digamos); la crítica va más allá:
valora, pondera, compara. A veces muerde la yugular o demuestra por qué tal
canción está de puta madre.
Obvio:
nos encanta que nos digan que nuestro álbum es lo mejor después del Lavandería
Real. Es más: que es el mejor después de The Dark Side of the Moon.
Pero si
no…
O si la
crítica es ácida, fuerte, o terminamos comparados con Timbiriche.
Entonces
saltan voces a decir que estamos destruyendo la escena. Que al rock de
Medellín, que es tan débil, hay que cuidarlo, hablar bien, fortalecerlo.
De nuevo:
la crítica ácida también fortalece. A veces, incluso, la visceral.
Partamos
de ahí.
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