domingo, 30 de octubre de 2016

Los Demos

Voy a decirles algo, amigos músicos: publiquen sus canciones cuando estas signifiquen algo para ustedes. Quiero decir: no dejen pasar mucho tiempo. Decanten, sí; corrijan, sí; traten de que sea el mejor producto posible; pero no las dejen añejar hasta el punto de la indiferencia. Porque las canciones, como los escritos, llegan a un momento en que son un asunto del pasado, algo que quizás ya no nos represente. Y cuando las publicamos, lo hacemos por cierta nostalgia o curiosidad, pero no por el fuego que significó crearlas.
¿Me explico? Hay un momento en que la canción, recién hecha, te hace sentir que es La Gran Canción –quizás lo sea– pero nos quedamos esperando a El Gran Productor que la descubra o a El Gran Estudio donde pueda ser grabada con la calidad que se merece, y eso no siempre pasa. Y la canción se enfría, comienza a oler a naftalina, y cuando alguien la escucha la presentamos como “un arrebato de mi adolescencia”, “una rareza de los primeros días de la banda”.
Habrá unas que pasen la prueba y otras que se queden en el camino, pero no habremos pecado de reserva esperando y esperando. Todo esto lo entendió mejor el escritor argentino Hernán Casciari, que hacía literatura en directo y que publica sus cuentos recién escritos para recibir los comentarios cuando verdaderamente le importan. Es decir, cuando lo que acaba de escribir significa todo para él.
Todo esto para presentar el siguiente EP, que recoge algunas canciones viejas de la banda. ¿Por qué no las mostramos a la gente en su momento? Supongo que por esperar ese gran productor del que les hablaba. O por creer que con el tiempo las tocaríamos mejor, qué sé yo. Y con el tiempo nos dejaron de interesar, pasamos a otras canciones, llegaron otros músicos y ya ni siquiera las tocamos, o rara vez las tocamos. Y no entendimos que ese primer momento era el momento de esas canciones, que ese sonido sucio y esa grabación regular era la forma en que debían ser registradas, porque hay algo en el hálito inicial de las creaciones que no se consigue luego. Hay un fuego interno en lo primigenio que a veces vale más que el pulimiento o lo superproducido.
Por eso, ahora que las vuelvo a escuchar, me gustan: porque son imperfectas pero honestas; torpes pero originales. Sí, “son una rareza de los primeros días”, algo que no representa el sonido de la banda ahora. Por eso debimos presentarlas así, imperfectas, cuando recién las grabamos. Pero hay cosas que uno tarda años en comprender.
En cualquier caso, ahí están, y esperamos que las disfruten.   


miércoles, 28 de septiembre de 2016

Borracho



A pesar de todo –de presentaciones tibias, sin gente, con mal sonido, en lugares inadecuados– solo me arrepiento de dos conciertos. Solo dos para diez años, que en teoría es un balance bueno, supongo.
El primero, un concierto en la 33, muy a los inicios. Un concierto en el que hicimos la tarea: definimos bien el lugar, convocamos con antelación y la gente respondió: 133 boletas vendidas: un récord para nosotros. Solo que el tipo del sonido no llegó a la hora, ni a la otra, ni después. Llegó a las nueve y media de la noche, carreriado, cuando ya habíamos tenido que empezar con el pírrico sonido de los amplificadores. Llegó a montarlo todo, con la gente ahí, al frente, mirando. Llegó cuando ya muchos se tenían que ir, y entre afanes todo sonó como la mierda.
Mis amigos habían ido a acompañarme por primera vez, y el concierto fue malo, remalo, entre feedbacks y errores de ecualización. Pudimos haber tocado bien –trato de recordar– pero lo que sonó afuera fue un desastre. Pudimos haber tocado bien –insisto– pero ya estábamos tan estresados y aburridos que de seguro no tocamos bien. O por lo menos no lo disfrutamos.
García Márquez decía que uno escribe para que los amigos lo quieran más. Creo que se hace extensivo a cualquier arte. El que estuvieran mis amigos ahí levantaba un factor de pena. Vergüenza ante ellos, quiero decir, ¿me entienden?
El otro arrepentimiento fue por el concierto de este sábado.
Y resumo: me emborraché.
Me emborraché antes de tocar, o sea que subí al escenario como una cuba.
No hablo de una mediacaña por tres rones; hablo de media botella de tequila y vodka; hablo de irse para los lados, de tratar de enfocar.
Esas cosas que podían quedarle muy bien a Sid Vicious pero que a mí, pasado de los treinta, me generan una latencia de pensamiento y acción.
En la práctica es estar siempre corrido en la nota, o no caer a la que es.
En la práctica es hablar tonterías, lanzar improperios: ese monstruo que vive en uno y que a veces sale cuando estás borracho.
Y no quiero entrar en detalles ni contar lo que pasó después.
Tan solo digo que me da pena.
Siento culpa.
No vuelvo a beber 
(antes de un toque)
y pido perdón.

martes, 6 de septiembre de 2016

Cómo hacer para que la mesa no se caiga



A veces los héroes están a una llamada de distancia, y solo es cuestión de marcar unos números en el teléfono para escucharlos. No crees que contestarán, y contestan. A veces.
Fue así de simple como conocimos a Federico López, Habichuela, el tipo que produjo los mejores discos del rock en Medellín.
No sé dónde quedó el papelito con el número telefónico, que conseguimos de rebote escuchando una conversación ajena. Lo llamamos sin esperanza, le pedimos una cita sin fe en que asistiría, y asistió.
En aquella hora y media, una mañana de 2009 en un café del centro comercial Monterrey, Federico nos enseñó más de producción musical que todos los tutoriales de Youtube.
Queríamos que nos escuchara, que produjera nuestro disco imaginario. Antes de eso nos dio una cátedra frente a las cosas que cualquier banda debe tener lista antes de meterse a grabar.
Las recomendaciones que nos dio son tan lógicas y simples que casi siempre las pasamos por alto. No las vemos o no las sentimos tan importantes. Pero vaya si lo son.
Federico anotaba en unas hojitas azules todo lo que nos decía, y lo único que nos pidió fue que le enviáramos fotos de aquellos garabatos.
Fue generoso, fue directo y fue claro. Nos dijo que cuando tuviéramos resueltos todos los puntos que nos había escrito lo volviéramos a llamar. Nunca lo hicimos. Naufragamos en esa sutil distancia que separa a una banda amateur de una profesional.
Mil años después recuerdo esa mañana, la charla franca de Federico, y consigno por aquí los consejos para la banda que le sirva.


Uno
Partamos de la pertinencia actual de grabar todo un álbum. ¿Justifica grabar diez o doce temas para que solo suenen uno o dos? En el mundo actual resultan más valiosas las canciones que los álbumes. Es decir, la gente en este momento tiende a escuchar singles más que álbumes completos.

Dos
La Teoría de las Cuatro patas o Cómo hacer para que la mesa no se caiga.
Imaginemos una mesa cuatro patas. Pues esa mesa es un producto musical.  Una de las patas es la producción, otra es la difusión, otra es la distribución y otra el sostenimiento financiero.
Para que la mesa se mantenga en pie se necesitan las cuatro patas firmes. Uno de los problemas más comunes en la escena de Medellín es que las bandas gastan mucho en producción, algo en difusión, muy poco en distribución, y al final el sostenimiento financiero es casi nulo. O sea, la mesa va al suelo. Crash.  
Resulta más valioso ahora no gastar tanto en producción y cuidar más la difusión y la distribución –aprovechando la internet, por ejemplo– para que la sostenibilidad financiera sea posible.  Es decir, para que la mesa siga en pie.

Tres
“The audience is on the stage”. Antes, las bandas movían a sus seguidores, les “imponían” lo que quisieran; ahora el mando es de los seguidores. Han subido al escenario y tienen decisión sobre los músicos. Por ello, uno tiene que cuidar su público, consentirlo. Definir cuál es su población, qué es lo que ellos esperan de uno, es un paso importante para precisar el concepto de la banda e, incluso, el tipo de sonido. Es un nuevo poder: que los seguidores puedan escoger, por ejemplo, las canciones a grabar, que ellos opinen, que estén más cercanos a la banda y tengan decisión. Conseguir un seguidor fiel es más importante que 400 infieles.

Cuatro
De ahí que una de las tareas urgentes para el caso concreto de bandas como Áluna es saber cuál es su población. Se sabe que hay un grupo de chicos –sobre todo en Castilla– que los sigue. Ahora la banda debe crear una base de datos, mantenerlos al tanto, darles lo que ellos quieren sin que eso viole la forma de hacer música ni el concepto del grupo.  

Cinco
Y ya que hablamos de concepto, es otra cosa a definir claramente. Enumerar, por ejemplo, los valores que debe tener una canción de Áluna, que vayan de acuerdo con los valores que los seguidores esperan de estas canciones. Esa es una discusión que se debe dar. Para ejemplificar el asunto digamos que uno de los valores es que se pueda guitarrear, que sea clara; otra es que experimente, que no sea tan común, que proponga otras salidas no convencionales. Y podemos seguir pensando más. Definir de todo ello tres valores primordiales y velar porque cada canción cumpla con eso.

Seis
Recordemos la primera idea: la gente pide canciones más que álbumes. Así, hay que aprender a producir cada vez más canciones, con más calidad, en menos tiempo. Es estar continuamente entregándole al público algo nuevo. Y que sea bueno, que cumpla con los valores. Eso es eficiencia.

Siete
El público, ahora, es también una especie de productor, en la medida en que logra tener decisión sobre lo que produces. Ambos –es decir el productor convencional y el público productor– son guías para, también, llegar a la eficiencia.

Ocho
Hay que grabarse. Ni siquiera grabarse muy bien, pero con cierta claridad. Aprovechar los propios recursos. Grabar los conciertos, grabar los ensayos. La gente ya no anda esperando superproducciones: una grabación casera puede demostrar la clase de banda que tienes. Lo que importa es que la canción sea buena, más que el empaque que la recubra.

Nueve
Tareas:
-          Definir los valores.
-          Resolver la grabación.
-          Plantear la actuación en vivo (cada vez más importante).
-          Orientación.

Hasta ahí. Eso fue lo que nos dijo y en parte lo que no cumplimos. Quedamos con una deuda pendiente y el agradecimiento eterno al héroe que una mañana se sentó a nuestro lado.

domingo, 28 de agosto de 2016

Adentro

Les voy a decir qué no van a encontrar aquí: no van a encontrar diatribas contra Radiónica ni contra Altavoz ni contra ningún medio de divulgación independiente. No van a encontrar quejas como que “todos son unos rosqueros” o “mi banda no suena porque no está en la colada”.
Patrañas. Nosotros jamás hemos tocado en Altavoz ni sonado en Radiónica ni nos han reseñado en artículos como “el nuevo sonido de Medellín” ni hemos sido el rey del mes en ninguna parte. Y aun así jamás se me ocurriría pensar que la culpa es de ellos y no nuestra.
Hay bandas buenas que son reconocidas y bandas malas que todos ignoran y bandas buenas que nadie conoce y bandas malas con una sobrada exposición. Algunas saben más de medios que de música, y otras solo saben de música. No siempre se trata de justicia: se trata del camino que ha sabido labrarse cada proyecto musical.
Ya quisiera yo que Parlantes tocara en medio mundo, pero a lo mejor esa no es la meta de Parlantes. El caso es que al final, si se mira, las respuestas a los porqués suelen estar adentro más que afuera.
Y sí, desde luego: hay que luchar contra prácticas desdeñables como la payola, o propender por mejores políticas públicas, o buscar nuevas estrategias para nuevos mercados.
Pero de ahí a echarle la culpa a todos, a los otros, bah. Las lágrimas para otro día.

domingo, 31 de julio de 2016

Hubiéramos querido bailar

Youtube le hace bien a los nostálgicos. A veces, sin esperarlo, encontramos una canción perdida que alguien tuvo la generosa voluntad de montar. Canciones de nuestra adolescencia, cuando los gustos se definen. Canciones casi olvidadas que sin embargo hicieron parte de nuestra banda sonora. O nuevas-viejas canciones, que no llegaron a nuestros oídos cuando debían –a lo mejor porque no sonaron en las emisoras o porque en los casetes que pirateamos no estaban– pero que tienen esa estética de Medellín a finales de los noventa en que el rock se bailaba. A estas últimas quiero referirme hoy: canciones que no escuché cuando salieron –maldita sea: todo concierto perdido es una gran experiencia sin vivir– y que ahora me lamento. Grupos buenísimos que ensayaban en la otra esquina. Exitazos de barrio que conocieron dos o tres. Hits que nunca fueron y que debieron haber sido. Canciones que nunca canté con mis amigos, y que de seguro nos hubieran encantado*.

El Sótano: Yo maté a John Lennon
Tengo un leve, levísimo recuerdo de esta banda. Acaso de algún afiche promocional en un bar o de una mención muy fugaz en un periódico. Pero no de su música que hasta ahora me llega con esta canción buenísima, medio funk, provocadora. “Yo maté a John Lennon, soy un trozo despreciable de humanidad”. Y sin pensarlo mucho bailamos sobre la tumba del beatle porque esa guitarra con efecto wah nos conduce y ese bajo eslapiado provoca azotar baldosa. Todo es un juego, no hay que tomárselo muy a pecho. Y sin embargo, entre tapatí y tapatá, verdades de antes que siguen siendo lamentablemente actuales, quizás mucho más: “Me preguntas por qué lo hiciste. Lo hice por la fama. Ahora todo el mundo me reconocerá”.
Sí: Yo maté a John Lennon. “Y aún guardo el Smith & Wesson 38, por si lo quieres acompañar”.


Los Árboles: Perro viejo
El efecto de Los Árboles es curioso. No conozco otra banda del rock local que haya ganado tantos seguidores después de muerta. Hasta el punto de creer que tiene más fans ahora que en su momento de mayor actividad. Pocos fueron a sus conciertos, menos compraron su disco –una placa impecable: la combinación de la densidad y la simplicidad en un mismo repertorio–, y a pesar de todo, gracias a una distribución tardía o a un voz a voz entre borrachos de bar, desde hace unos años para acá Los Árboles crecen y crecen, se escuchan en las fiestas, son los infaltables en los especiales sobre el rock de Medellín. El álbum no tiene presa mala: desde el sonido arrullante de El Mar hasta el bailable Jonás. Y claro, cómo no, este Perro viejo anarquista, con esa línea de contrabajo tan bella. No es un descubrimiento nuevo, digamos, pero es una canción que me hubiera gustado cantar a los gritos en algún concierto en la calle. ¿Dónde estábamos cuando Los Árboles tocaban por ahí?  


El Chispero: Dios
Solo basta ver a ese vocalista: los ojos que se desorbitan, el paso de títere al bailar, la voz engolada, las ganas de dejarlo todo por una canción. “No soy Dios, pero lo intento”. Hijos de Juanita Dientes Verdes, la presencia de El Chispero fue fugaz y divertida. Una banda cachonda, con un frontman de lo más particular. Un demo de 1999 y algunas canciones pegajosas. Cuando llamé a El Chata a preguntarle por este grupo, lo único que recordaba era una fiesta. No una en particular, sino una en general: una fiesta de dos años que se llamó El Chispero. Suertudos los que lo vieron en Rock a lo Paisa en el 2000. Los que no, nos queda esta golosina visual (por cierto, cuánto bien le hace Román González a la memoria de nuestro rock con su canal de Youtube): Musinet de final de siglo, el público tímido que no sabe si aplaudir luego de que Camilo dice “Este tema está dedicado a Dios, jum jum”, el corista más inútil que se haya visto, las calcomanías en los instrumentos cuando eran algo cool, la camiseta debajo de la camisa. Días posgrunge y numetal, en los últimos estertores de aquel sonido bailable y urbano que llegó a conocerse como el Rock de Medellín. Una etiqueta inexacta, desde luego, aunque fuera innegable que entre Bajotierra y El Pez se popularizó una especie de sonido de esta ciudad que de alguna forma estas bandas que hoy reseñamos complementan.


Por eso, como Bonus Track, pongo Fiesta en el temor, que jamás me tocó en vivo. Ni Territorio betamax, que sí llegaron a tocar pero tampoco me tocó. Pintaba bien el Disco Tres de El Pez, que nunca vio la luz aunque alcanzaron a grabar algunas canciones. Mejores, sin duda, que Superdotado.
Pero ese, me temo, es otro tema.



*¿Acaso usted bailó alguna de estas canciones, con esa descoordinación propia de los roqueros al bailar? Lo envidio.

sábado, 23 de julio de 2016

Cojones

Existen productores que explican cómo crear un hit wonder, teorías sobre armonía, melodía y ritmo, incluso estudios estadísticos sobre qué tiene que tener una canción para que pegue. Pero no existe –no puede existir– algo que explique cómo componer con cojones. Y si existe, es tan fácil –tan complejo– como decir: pon toda tu mierda ahí, sé sincero. De alguna forma no siempre fácil de explicar, uno sabe cuándo una canción tiene grito; cuándo quien la creó puso sus vísceras en juego y apostó el mundo por un verso. ¿Me hago entender? Piensen en La despedida, de Páez; en I Want You (She's So Heavy), de Lennon; en La Chacona de Bach. No tiene que ser una canción de amor –puede ser incluso un estudio instrumental– y sin embargo debe ser tan jodidamente avasallante que no quepa dudas. ¿De qué? De eso: de que hay algo real ahí: el viaje al centro de tu propia noche. Hablo de Robi en el Vagabundo, de Amy en su Back to Black, de Brahms en su réquiem alemán. Hablo Kurt Cobain cantando All Apologies o de Juancho Polo Valencia que sobre la tumba de su mujer compuso, lleno de rencor al cielo, como Dios en la tierra no tiene amigos /como no tiene amigos que lo quieran, / tanto le pido y le pido ¡ay hombe! / se llevó a mi compañera. A eso me refiero, cojones. A meterle ganas, tripas, corazón. Por eso cuando Fernando me preguntó qué venía –después de un guitarrista que se salió, de un baterista tambaleante, de unas canciones que ya nos aburren– solo se me ocurrió decirle: “No sé, mi hermano, no me importa. Tan solo quiero que lo venga tenga cojones”.

sábado, 16 de julio de 2016

¿De quién son las canciones?



Las discusiones alrededor del tema de los derechos de autor han tratado de regular este asunto, y aun así los límites son difusos. Entre la idea original, la letra, la musicalización, la interpretación, el aporte colectivo, el homenaje, la cita, la paráfrasis, el loop, los arreglos, la influencia, la producción musical, en fin, una canción puede tener tantas fichas que a veces reconocer el autor absoluto es complicado. ¿De quién son nuestras canciones?, le pregunto a Fáber por el chat, y me habla de la ironía de que a pesar del aporte de todos, en nuestro caso se reconozca la autoría solo a quien lleve la maqueta al ensayo.
No ha sido motivo de peleas jamás, a lo mejor porque nunca ha habido plata de por medio. Y creo que ese es el punto: el vil metal, que lo ensucia todo, genera distancias donde antes había acuerdos. Sin billete en juego, la creación colectiva es el reino de la cheveridad. Como en una fiesta swinger, damos lo nuestro y tomamos lo tuyo. Pero en el momento en que la caja registradora suena, queremos que nuestro aporte sume pesos, el ego se infla, la vanidad nos corroe.
Eso no responde a la pregunta inicial, de todas formas. ¿De quién son las canciones? ¿Puedo decir que Tierra y olvido es mía cuando la letra es una adaptación de un poema, cuando el coro lo puso Juan, cuando el riff que la hace característica es de Óscar? ¿Puede decir Juan que Mundo de fuego es suya cuando Óscar aportó la música y los demás la interpretación? Betty Boop era un piropo que yo cantaba –¡piropo que por demás no es mío!–; Fáber se aburría del mismo círculo musical y me obligó –a buena hora– a cambiar la tonalidad después del coro; Leonardo hizo los arreglos de viento, y en fin.
Óscar es quizás el más estructurado: lleva la propuesta de punta a punta, y las variaciones son en realidad mínimas. Yo soy todo lo contrario. Rara vez se me ocurre una estructura completa. Si mucho, llevo una idea, un verso inicial sobre el cual trabajar, una base, y es en el aporte de todos en que se vuelve canción. Y también están las composiciones que nacen de cero –momentos de veras divertidos–: llegar al ensayo sin ideas preconcebidas, improvisar y ver qué pasa. Y a veces pasa. Noche, Espejismo, nacieron así.   
¿De quién son las canciones? La rebelión en la granja (que entre otras cosas es la adaptación tropical de la novela de Orwell) era La-Canción-Menos-Importante-Entre-Las-Canciones-Menos-Importantes que teníamos. Hasta que llegó Un-Grupo-Muy-Importante-De-Punk a decirnos que le iba a hacer una versión. Como el Grupo-Muy-Importante-De-Punk era enormemente más famoso que nosotros (de hecho, cualquiera es más famoso que nosotros) ahí sí la La-Canción-Menos-Importante-Nos-Importó-Mucho porque la gente la iba a reconocer como una composición de ellos y no nuestra. Ah, vanidad de vanidades. 
Y volvemos al punto inicial. ¿De quién son las canciones?  Toda esta discusión nació a partir de una columna de Joselo en Excelsior sobre el caso de Mike Joyce, baterista de The Smiths (http://www.excelsior.com.mx/opinion/joselo/2016/07/15/1105074). Un asunto –el de las autorías–, que en la literatura se ha discutido más y mejor (ver, para ejemplos cercanos: http://blogs.eltiempo.com/los-impresentables/2016/07/11/david-betancourt-o-el-arte-de-copiar/) y que entre tantas versiones y verdades termina por reinar lo inconcluso. Parecía un tema lejano cuando comenzamos a discutirlo ayer, pero ya vimos que no tanto. Y como una serpiente que se come la cola, dimos la vuelta mientras la pregunta sigue ahí.

viernes, 8 de julio de 2016

Últimas canciones, primeros días



No sé cómo mueren las bandas de rock, pero sé cómo muere esta, y es lo que voy a contar.
Desde hace meses había reservado el post número cien de este blog para la despedida. Para cerrar, al fin, esta página que fue cayendo a menos. Solo que estábamos tan cansados de todo que ni ganas de despedirnos teníamos.
-          ¿Cansados de todo?
Sí, doctor Sigmund. De diez años juntos, como en las parejas. Hay poemas tristes sobre eso.
-          Entiendo. Pero explíqueme eso de “todo”.
Bueno, tiene razón. No era cansancio de los escenarios –que nunca fueron muchos– ni de las grupies –que fueron menos– ni de las drogas –que ni por asomo–, sino de diez años juntos y largas temporadas sin ensayar. Sobre todo eso. Una banda que no ensaya es una banda muerta, dice Óscar. Es una pareja sin sexo, digo yo, o con mal sexo, que es peor.
-         – ¿Y qué pasó?
Nadie podía. Media hora antes del ensayo al uno se le moría el gato, al otro se le enfermaba el hijo, al tercero le daba un ataque de tos. En un panorama así, la apatía se riega como hierba mala.
-         – Y viene la frustración.
No sé si frustración. Ya estoy muy viejo para lamentar el pasado. Solo que, sin ensayar, al Óscar se le acumulan las canciones, que es una sensación terrible: crear cosas que nunca toman forma. Y Fáber se desespera por no haber tocado nunca en el Carlos Vieco. Y yo, no sé, como que me aburro mucho en casa.
-         – ¿No sería que sí, que después de diez años había frustración por no ser famosos como La Toma?
Bah, en absoluto. En particular, le temo a las multitudes tanto como al cáncer o al fanatismo. Si de algo me siento frustrado es de no haber hecho más canciones, montones de canciones. Buenas y malas, qué más da. Mías, de Óscar, entre todos. Y grabarlas. Grabar es la frustración más bonita que tiene la música.
-         – Entonces este es el adiós, el post número cien.
Me temo que no. A veces despedirse cuesta más de lo esperado. Como en las parejas, insisto. Hace un par de semanas nos reunimos en un bar de Bello para acabar con todo y terminamos bebiendo y queriéndonos mucho.
-         – Eso suena un poco gay.
Como sea. Mencionamos todas las canciones que nos quedamos sin grabar, las de los primeros días. Canciones guitarreras, más densas, menos festivas que las de Combustiones. Como más nuestras, de cierta forma. Despedirse así no más, sin grito, es una manera tibia de despedirse. Las bandas de rock deben morir como los músicos del Titanic, nos dijimos en medio del brindis.  
-         – Y, abrazados, decidieron continuar. Cosas de borrachos, hombre.
No tanto. Dentro de nosotros hay cierta conciencia de que esta banda no va más, pero también creemos que hay ideas que no queremos que mueran en el silencio.
-          Interesante.
No digo que vayamos a morir a lo grande. Tan solo creo que vamos a cerrar el ciclo creativo, por llamarlo de algún modo. Grabar, componer, con el último aliento.
-        – Insisto: me dijo que este era el post número cien, el último.
Sí, lo es, pero de repente me dieron ganas de contar cosas. Como cuando comencé con esto. Hablar de música, que es lo único mejor que escuchar buena música. Sin censura. Sin verdades. Contar, como los enfermos terminales, cómo son los últimos días de esta banda.
-        – Perdone el escepticismo, pero no me convence. Más de una vez ha dejado tirado este blog.
Cierto. Totalmente. Pero quiero decir que quiero escribir cincuenta columnas más, una por semana. De lo que sea. Será como mi forma de duelo, mi Happy together. ¿Vio esa película, doctor Sigmund?
-      – Lo lamento, creo que ya estaba muerto. En cualquier caso creo que entiendo lo que quiere decir. ¿Algo más que agregar?
Sí, una cosa: en medio de la borrachera pensé en cómo podría llamarse el disco que resulte de este periodo agonizante.
-         – ¿Y cómo?
Así, como este post: Últimas canciones, primeros días.