La última mujer de la que me enamoré se llamó María José, y fue un amor imposible. María José era una bailarina de danza árabe y… y… ag, la verdad ya no quiero hablar más de eso. Estoy cansado y esto comienza a llegar a su fin. Solo les diré una cosa: tengan mucho, muchísimo cuidado con los amores imposibles: no hay nada más real que un amor no vivido, ni, como dijo Sabina, nostalgia peor que añorar lo que no sucedió. Algo así me pasó con aquella chica: el amor más intenso, el que más desequilibra, es el amor no correspondido.
Lo cierto es que después de todo aquello quedé algo vacío, sintiéndome un poco freak, ¿saben? Se gastan tantas energías con un amor imposible. Comencé a ir mucho al Parque del Periodista. Me tomaba unas cervezas y conocía gente. Me sentía bien entre tantas personas raras. Allí cada quien tenía una historia más sórdida que la mía, y eso era una suerte de consuelo. Muchos de mis amigos de ahora los hice allí, hablando de nada y hablando de todo, viendo a las mejores mentes de mi generación perderse en la locura. Y comencé a pensar que casi todos mis amigos, no solo los que conocí en el Parque del Periodista, eran un poco raros. Incluso estos chicos de Áluna. Óscar es un eterno solitario también, Camilo ni hablar, Fáber con cierto delirio de estar tocando una batería invisible, Andrés y sus extrañas pasiones, y ustedes también, por algo están aquí. Pero eso está muy bien, maravillosamente bien. Siempre hay que sospechar de la gente normal: cuántas perversiones no guardarán por dentro. En cambio lo freak es más espontáneo, más natural. Y esa, téngalo por seguro, es la gente que me gusta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario