Al final volví a la ciudad y
seguí con mi soledad: pesada, enferma, ruidosa. Pero luego de un año y tantas
decepciones comencé a convivir con ella. Qué más podía hacer. A la soledad no
se le puede aceptar con gusto, pero sí con cierta tolerancia. Al fin y al cabo
para ciertas cosas es muy sabia. Entonces, un martes sin duda, Marta llamó por
teléfono y me dijo que quería hablar conmigo. Es extraño: tenía cierto tono de
arrepentimiento en su voz.
Nos vimos en El Guanábano. Ella
tenía el pelo pintado de azul. Por alguna razón me molestó verla más bella. Es
que, en el fondo, aquella situación me incomodaba. Desde luego que necesitaba a
una mujer. Desde luego que estaba aburrido del Redtube, las series gringas y el
playstation, pero por qué tenía que ser ella, ella que podía golpearme donde
más me dolía.
La gente pretende que para todo nos
comportemos civilizadamente; que amemos y rompamos civilizadamente, que podamos
reencontrarnos civilizadamente. Pero con el jodido amor de tu vida eso no es
tan fácil. Porque el amor rompe todos los cánones de civilidad. El amor es una
locura que espanta el tedio, es el silencio del dolor.
Yo la deseaba, eso ténganlo por
seguro. Podía lamer su espalda por horas. Solo que… solo que… duele. Duele
saber que ella podía salir de mí con si nada, pero yo no. Y en casos así opté
por la razón. Suena extraño que lo diga, pero ante la posibilidad de morder el
polvo como ya lo había hecho preferí dar la espalda y seguir de la mano con mi
vieja compañera, la soledad. Vivir es decidir, créanlo.
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