viernes, 25 de octubre de 2013

8. (No sé para qué volviste). Canción: Para no volver

 

Al final volví a la ciudad y seguí con mi soledad: pesada, enferma, ruidosa. Pero luego de un año y tantas decepciones comencé a convivir con ella. Qué más podía hacer. A la soledad no se le puede aceptar con gusto, pero sí con cierta tolerancia. Al fin y al cabo para ciertas cosas es muy sabia. Entonces, un martes sin duda, Marta llamó por teléfono y me dijo que quería hablar conmigo. Es extraño: tenía cierto tono de arrepentimiento en su voz.
Nos vimos en El Guanábano. Ella tenía el pelo pintado de azul. Por alguna razón me molestó verla más bella. Es que, en el fondo, aquella situación me incomodaba. Desde luego que necesitaba a una mujer. Desde luego que estaba aburrido del Redtube, las series gringas y el playstation, pero por qué tenía que ser ella, ella que podía golpearme donde más me dolía.
La gente pretende que para todo nos comportemos civilizadamente; que amemos y rompamos civilizadamente, que podamos reencontrarnos civilizadamente. Pero con el jodido amor de tu vida eso no es tan fácil. Porque el amor rompe todos los cánones de civilidad. El amor es una locura que espanta el tedio, es el silencio del dolor.
Yo la deseaba, eso ténganlo por seguro. Podía lamer su espalda por horas. Solo que… solo que… duele. Duele saber que ella podía salir de mí con si nada, pero yo no. Y en casos así opté por la razón. Suena extraño que lo diga, pero ante la posibilidad de morder el polvo como ya lo había hecho preferí dar la espalda y seguir de la mano con mi vieja compañera, la soledad. Vivir es decidir, créanlo.

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