¿Qué hora es? ¿Las diez y media? ¿Apenas? Ay,
mi cabeza. Me levanto de la cama, todavía un poco ebrio. Camino hasta la
cocina, sosteniéndome de vez en cuando en las paredes. Agua, necesito agua. Ay,
mi cabeza. Me tomo medio litro de un tirón. Voy al baño y orino largamente,
plácidamente. Pienso: ¿qué pasó ayer? Ah, sí, ganamos, jueputa, ¡ganamos!
Vuelvo a escuchar los gritos de euforia, los aplausos. Levanto los brazos
sentado en el inodoro. Alegría, alegría, me digo. Luego vuelvo a sentir el
dolor de cabeza.
Así son las cosas: una noche ganas una
batalla de bandas y a la mañana siguiente te enturbia el mareo. Pero fue
bonito, todo. Decidimos tocar de primeros para poder probar sonido; nosotros
que en esas cuestiones nos demoramos tanto. Las otras bandas aceptaron encantadas,
motivadas por la convención que dice que quien cierra el concierto es el mejor.
La cosa empezó un poco lenta, pero nos fuimos calentando. Cuando Felipe, que
llegó a última hora, se subió al escenario para contar la historia que da pie a
Marrano, sentí que todo saldría bien.
Luego Eliana y Manuela nos acompañaron en Pequeña
puta y lo demás fue la descarga de Vista
telescópica y Freak. Hicimos lo
más importante, por lo que estábamos allí: lograr que la gente la pasara bien.
O al menos eso percibimos. Nos olvidamos de la tal batalla de bandas y nos
dedicamos a tocar.
Lo demás fue mezclar ron con tequila y
cerveza. ¿En qué momento me emborraché? ¿En qué momento me dio por tocarle el
culo a mis amigas? Cuando llegó la hora de la decisión del jurado, este pobre
bajista ya estaba tambaleante. No recuerdo qué fue primero, si el conteo de
votos del público o el veredicto del jurado. Lo que recuerdo es el grito agudo,
fuerte, cuando quedó claro que habíamos resultado ganadores. Y la alegría: una
cosa que raras veces puede uno ver, y que ahí estaba viendo. Sentíamos que
luego de seis años de estar tocando juntos y de toda esta historia de
altibajos, era justo ganar algo de vez en cuando. Hasta Óscar, que posa de
amargado, sonrió.
¿Otro tequila? Claro, y otro, y uno más.
Perro caliente a las tres de la mañana. Muchos abrazos. Promesas de amor de las
que hoy nadie se acuerda y la línea de una canción que compondremos algún día:
“Aprende, Catulo, son los riesgos de mezclar el coño con la amistad”. Recuerdo
a Glo, a la Chuflis, a Érzica. Recuerdo a Adrián feliz como ninguno. Recuerdo
la camiseta de Eliana con el logo de la banda dibujado con marcador. Recuerdo a
Andrés preguntándole a Mackenzie si ella era novia de Óscar. Recuerdo a Felipe
diciendo que Combustiones espontáneas
era de las cosas más bonitas que le había pasado este año. Recuerdo así,
pedazos: una voz, una imagen. Ay, mi cabeza. ¿Más tequila? Venga pues. Quizás
hoy no tenga muchas reflexiones para hacer. Quizás cuando se gana no hacen
falta muchas reflexiones. Siento que con este pequeño triunfo y la
participación que tuvimos en la Fiesta de las artes escénicas se cierra un
momento de la banda. Como el pasar de la tercera a la segunda división. ¿Qué
vendrá ahora? Muchas cosas, espero.
Por ahora, enguayabado, solo pienso en dormir…
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