No hay mucho para decir. El video
lo hizo Hades prácticamente solo. Hades es su nombre real, el de un amigo del
pueblo, para que no anden creyendo que se trata del mismísimo señor del
inframundo, guardián de los infiernos, rey de los muertos. No. Nuestro Hades,
de apellido Grisales, es un realizador audiovisual hecho a pulso en las
jornadas extensas del canal local de Abejorral, Antioquia.
Cuando llegué a ver en qué
andaba, resultó que ya llevaba dos días grabando el video de Un instante de
felicidad. No sé cómo había caído la canción en sus manos, si era apenas una
maqueta, pero se enamoró tanto de ella que comenzó a grabar imágenes de una
chica que, en cualquier caso, siempre terminaba empelota. Eso me gustó: donde
hay gente empelota siempre habrá atención.
Estoy jodiendo. La chica se llama
Luisa, y terminó siendo actriz de verdad, entregada al rigor de Hora 25. En ese
entonces era una muchachita de 15 o 16 años que cursaba décimo grado.
En todo caso, insisto, Hades lo
hizo todo: grabó, editó, consiguió los actores. Cuando llegué, el video estaba
casi terminado. Mis aportes fueron en un par de escenas: en la que Luisa parece
Shiva, con brazos por todos lados (imagen que luego usaríamos para la
ambientación de Deseos) y la idea de meter una chica al final, porque creo que
si uno se come un hongo y esa vaina lo lleva al despertar del cuerpo, tendrá
que ser en todos los sentidos, en todas las posibilidades.
Del video me gustan partes, como
la escena en que sube por el bosque, y me disgustan otras, como esa intensión
solapada de taparle los pezones y la entrepierna. Las cosas deberían ser o no
ser; no ser a medias, como yo.
Pero es un regalo y todo regalo
es una bendición. Ponerse a grabar porque sí, hacer cosas porque sí, es una
bonita muestra de lo que es ser apasionado. Más cuando se trata de nosotros,
que tardamos años en grabar la canción de verdad-verdad y poder ponerle las
imágenes de nuestro amigo. Al final, resultó que la canción que grabamos era 30
segundos más larga que el video, y hubo que inventarle ese final desesperado en
que todo da vuelta atrás.
No importa. Está, existe. Y
siempre preferiré que las cosas existan a que sean un humo espeso abotagado en
la cabeza.
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