Lo que me gusta: que Óscar se hubiera atrevido a cantar. Eso, sobre
todo. Porque venía, desde hace días, coqueteándole al canto, pidiendo pista,
haciendo coros. Y si una banda no está para equivocarse, para jugar, para
ensayar todas las posibilidades, entonces para qué putas.
Yo fui el más quejumbroso con su voz de subsuelo. Yo, el cínico. Pero
era por joder. Porque me encanta cuando me permiten, a mí también, lanzarme con
mi voz rasgada a cantar lo que quiero. Aunque desafine. Cante aunque no cante.
Y cantó bien, el Óscar. Aunque la canción no me mata. Me recuerda, a
pesar de las distorsiones, a Vilma Palma. Debe ser por ese coro Sol-La-Re mayor.
Pero me gustan los teclados que suman capas oscuras, con esas campanas, y los solos
de Boris, y cierta intención al principio de hacer las cosas de la manera más
simple, solo marcando las negras. Y me gusta la voz de Fernando que, aguda,
contrapuntea a la de Óscar.
Lo que no me gusta: cuando dice “y mis sesos comenzaron a escurrir tus
deseos en mi cuello”. Un poco zombie, jodidamente raro. No sé por qué nunca se
lo dije a Óscar. No importa si no lo hubiéramos cambiado, estaría bien
habérselo dicho. De eso, también, se tratan las bandas de rock. Darse palo.
Odiarse. Quererse de nuevo. Hacerlo mejor.
No me gusta cierta saturación que alcanza después del coro y que se
sostiene hasta el final. Las canciones, como los amores, deben descansar. No sé
por qué tampoco se lo dije nunca a Óscar.
Pero está bien haberlo hecho. Siempre está mucho mejor hacerlo que
guardar silencio por cobardía. Por eso me gusta que esté así, grabada, y que la
presentemos ahora. Me gusta el video lyric, con Luisa de dieciséis añitos en
una ensoñación. Y esa película de fondo, Chico y Rita. Me gusta que la canción exista,
que esté en Youtube, y que a alguien le guste, quizá.
Y como son más las cosas que me gustan que las que no, me gusta estar
presentándola aquí, ahora, hoy.
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