Me pregunto si lo que siento es frustración, si esta década
de rocanrol subterráneo valió la pena; me pregunto si me molesta que un
reguetonero emergente gane más likes o tenga más vistas en un día que nosotros
en diez años; me pregunto todo eso y me respondo que no, sin tener que pensarlo
mucho. Es cierto que cometimos todos los errores, pero cada uno fue un aprendizaje
con espinas que valió la pena. Al mismo tiempo fueron montones de escenarios y
una cantidad inconmensurable de ensayos donde lo que no existía cobró forma:
las canciones. Y esas, buenas o malas, con uno que las escuche, nos
sobrevivirán.
No voy a ponerme metafísico ni hacer una oda a la nostalgia
porque no hace falta. Cada quien vive el arte a su modo; desde los que esperan
juegos pirotécnicos a su paso o los que mantienen una relación tan íntima con
lo que hacen que nadie se da cuenta. Entre las dos posturas hay una gama amplísima
que también es válida. Así que no voy a agachar la cabeza. Cada acorde que
tocamos, lo tocamos con honestidad. Y esta, frágil o poderosa, fue nuestra
historia.
No logro sentir frustración.
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