Es decepcionante la idea de que el cochino dinero, el vil metal, el escaso billetico, las lucas, la money, la platica o como quiera llamársele, tenga tanto peso para la supervivencia de una banda. Y es decepcionante porque, en esencia, el dinero no existe, es una convención. Sólo que esta convención intrascendental comienza a ganar trascendencia con el paso del tiempo. Son las sucias reglas de la vida. O no: las sucias reglas del sistema.
El caso es que, con dos años y medio encima, el asunto de la plata dentro de Áluna comienza a ser un verdadero problema. Como se sabe, Juan es un cantante de bus, y cada vez más espera que Áluna le ayude a llenar el vacío de su nevera o al menos le dé una manito con su arriendo. Y eso hasta ahora no ha llegado. Y lo que es peor: no se vislumbra temprano.
Aún con la caída del dólar, los instrumentos en Colombia siguen siendo caros. Aún con los sistemas de grabación caseros, llegar a un buen estudio –porque no todo puede hacerse en casa- sigue siendo caro. Editar un video cuesta. Conseguir un excelente productor sí que más. Ni hablar de la impresión de carátulas o la maquila de cds. Todo es plata, señores.
“¿Y los conciertos no dejan mucho billullo?”, pregunta la gente. La respuesta es negativa. Le dejará millones a Juanes, claro, pero a una banda no reguetonera no le deja más que entretenidas experiencias mientras su cuenta bancaria sigue llorando ceros a la izquierda.
Vemos pues cómo nuestras ganas de hacer cosas se estrellan contra la realidad de una economía que nos juega en la contra. No tenemos ni pal taxi, ni para un simple pendón. No tenemos con qué grabar un nuevo disco o con qué pagarle a Habichuela. No tenemos, jueputa, todos ganamos mal. Así que si preguntan por qué no hemos editado más canciones ahí está la respuesta. Lo mismo para los videos u otros asuntos de promoción.
Pero frescos, seguimos ensayando. Amamos la música y eso es lo más importante.
Sólo falta ver cuánto aguanta el amor con hambre. De pronto ahí está la prueba más trascendental de todas.
El caso es que, con dos años y medio encima, el asunto de la plata dentro de Áluna comienza a ser un verdadero problema. Como se sabe, Juan es un cantante de bus, y cada vez más espera que Áluna le ayude a llenar el vacío de su nevera o al menos le dé una manito con su arriendo. Y eso hasta ahora no ha llegado. Y lo que es peor: no se vislumbra temprano.
Aún con la caída del dólar, los instrumentos en Colombia siguen siendo caros. Aún con los sistemas de grabación caseros, llegar a un buen estudio –porque no todo puede hacerse en casa- sigue siendo caro. Editar un video cuesta. Conseguir un excelente productor sí que más. Ni hablar de la impresión de carátulas o la maquila de cds. Todo es plata, señores.
“¿Y los conciertos no dejan mucho billullo?”, pregunta la gente. La respuesta es negativa. Le dejará millones a Juanes, claro, pero a una banda no reguetonera no le deja más que entretenidas experiencias mientras su cuenta bancaria sigue llorando ceros a la izquierda.
Vemos pues cómo nuestras ganas de hacer cosas se estrellan contra la realidad de una economía que nos juega en la contra. No tenemos ni pal taxi, ni para un simple pendón. No tenemos con qué grabar un nuevo disco o con qué pagarle a Habichuela. No tenemos, jueputa, todos ganamos mal. Así que si preguntan por qué no hemos editado más canciones ahí está la respuesta. Lo mismo para los videos u otros asuntos de promoción.
Pero frescos, seguimos ensayando. Amamos la música y eso es lo más importante.
Sólo falta ver cuánto aguanta el amor con hambre. De pronto ahí está la prueba más trascendental de todas.
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