Ahora sé lo que sienten los futbolistas cuando juegan fuera de casa. Tener la tribuna en la contra es tan deprimente y a la vez tan estimulante que siempre traerá sorpresas. Muchas veces, como en el caso del fútbol, goleadas inesperadas al equipo de casa. U otras, como los espectadores lo esperan, derrotas monumentales.
Y quién lo creyera, a veces pasa igual en la música, como cuando un promotor de espectáculos, tratando de atraer toda clase de públicos a su evento, pone a Odio a Botero a que abra el concierto de los Gigantes del Vallenato. El resultado, como es de esperarse, suele ser desastroso, sobre todo para el primero.
De alguna forma vivimos algo parecido en el concierto del fin de semana, en La Jícara. Un cantante que se hace llamar El Buitre nos pidió que le abriéramos su concierto. Como el hombre es de Castilla, nuestro barrio de desamores, pues cómo no hacerle el favor. El Buitre se comportó muy atento en todo. Aseguró un buen sonido, el transporte de los equipos y hasta cerveza ilimitada. Lo que no imaginamos es que este peculiar personaje fuera tan popular en su barrio y que los habitantes de éste, seguidores del cantante, fuesen tan fervorosos en su afición.
Tanto así que casi no nos dejan tocar. Desde mucho antes de subirnos a la tarima demostraron que a quien querían ver allí aquella noche era a El Buitre y a nadie más. ¿Y nosotros qué?, le preguntamos a la a la estrella de la noche. “Ustedes toquen”, nos dijo.
Y tocamos. Sólo había un par de seguidores de la banda que no se pierden ni los peores conciertos, pero tocamos. Lo teníamos todo que perder desde el principio. Todo un barrio en la contra. Pero entonces aplicamos esta lógica inversa: si teníamos todo que perder es como si no tuviéramos nada que perder, y no tener nada que perder te da la libertad del vagabundo.
Entonces levantas los hombros y nada importa. Tocas. Que la música haga lo suyo. Será por eso que a pesar de todo disfruté aquel concierto.