miércoles, 17 de junio de 2009

De ciertos conciertos raros

Cuando uno tiene una banda de garaje y se la pasa tocando en bares estrechos y casas de amigos, con amplificadores prestados y en condiciones acústicas de lo más particulares, es comprensible que cada concierto sea una experiencia diferente. Y vaya si lo es. Desde presentaciones ante niños malvados hasta actos en los que terminan robándote la guitarra, la vida en vivo de Áluna ha sido una historia inclasificable, de la cual no sé si sentirme orgulloso o frustrado. Como en el concierto de este fin de semana, en el Teatro Las Tablas: un show en el que el sonido nos dio la espalda, pero en el que la calidez de la gente resultó vivificante. Será porque solo asistieron amigos cercanos y tías medio hippies. Lo cierto es que, por ahora, los conciertos me dejan cierta incertidumbre, la sensación de que tocamos más mal de lo que en realidad somos. Por eso, creo, hay que seguir tocando, hasta que llegue la presentación que deseamos: una en la que Áluna demuestre lo que en el fondo sentimos que es.

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