La historia de Ritmo Cartel me la sé mal sabida, así que no se extrañen si la cuento mal contada aquí. Digamos que, en general, los datos que en esta columna aporte son meras suposiciones mías, así que no tienen por qué creerme del todo.
Como sea, creo que todo parte de Mulataje, una agrupación de hip hop que a principios de esta década revolcó la escena en la ciudad. Revolcó para bien, con letras que se salían de lo convencional en este género. Recuerdo que fue a ellos, a Mulataje, a los primeros que les escuché la palabra “empeliculao”, que terminaría siendo tan popular por estos lares. Usaban la zeta para todo, quebraban las palabras para darle otro sentido. Eran rudos y aun así inteligentes. “Mulatoz y malevoz, enpelicuaos con la escena medellinenze”. Sus canciones no eran un mero ritmo repetitivo al infinito: tenían guitarras, scratchs, bajo. Eran de la calle pero tenían estilo. Tipos sucios que sabían de lenguaje. Sacaron un disco genial.
Una vez, cierto día del año 2000, los vi ensayar en los estudios El Pez. Ellos tenían una traba tan monumental que cualquier hippie hubiera envidiado. Y no cantaban rap sino una vieja salsa, otro ritmo urbano que pega bien en Medellín. Así que cuando pocos meses después escuché que Mulataje se había transformado en orquesta me pareció natural.
Una vez, cierto día del año 2000, los vi ensayar en los estudios El Pez. Ellos tenían una traba tan monumental que cualquier hippie hubiera envidiado. Y no cantaban rap sino una vieja salsa, otro ritmo urbano que pega bien en Medellín. Así que cuando pocos meses después escuché que Mulataje se había transformado en orquesta me pareció natural.
Mulataje orquesta era salsa de la calle, dura. Sonido urbano que bastante necesitaba la ciudad. Sé que la orquesta viajó por varias ciudades del país, incluso de Suramérica, pero no le seguí mucho la pista.
Hasta que los vi convertidos en Ritmo Cartel, que era como la combinación de Mulataje con Mulataje orquesta, pero más ácidos, más jazz. Me costaba entender cómo lograban entonar sus rimas en esos ritmos alocados, de compases difíciles. Cómo el hip hop podía tener un contrabajo de fondo, un piano de cabaret. Pero lo hacían. No era un rap hablado como usualmente se usa; tenía, por el contrario, entonación, cadencia. Si bien siempre habían sido buenos en lo suyo, Mulataje, convertido en Ritmo Cartel, había madurado. Se les notaba la academia, academia mezclada con calle, con vida, que para una banda puede la mejor mezcla que haya.
Ritmo Cartel combinaba básicamente dos sonidos que poco tienen que ver con la música tradicional colombiana (el jazz y el hip hop) pero aun así lograban imprimirle un sonido propio, local. Una rareza que en Medellín casi nunca se ve.
Y quizás por eso, por adaptar tan bien sonidos del mundo al color local, fue que la Alcaldía de Medellín los invitó en 2006 a participar en el encuentro Medellín en Barcelona, que llevaba representantes artísticos de la ciudad hasta la península ibérica a presentarse. Una oportunidad maravillosa para cualquier músico de por acá.
Con lo que la Alcaldía no contaba es con que los chicos de Ritmo Cartel decidieran quedarse. Así, sin papeles en regla, sin plata, sin permiso, creando, de paso, un pequeño problema diplomático (imagínense: uno lleva unos músicos a un evento, para hacer quedar bien a la ciudad, y los verraquitos se vuelan; dicen: la vida por allá en Medallo está muy dura, yo mejor me quedo en la puta madre patria. ¿Uno qué le dice al alcalde? “¿Parce, esos manes se quedaron?” Ja, la cara que habrá puesto el Fajado. Je, la rabia del cónsul. Ji, el estrés de la organizadora del encuentro. Jo, qué golazo el que metió Ritmo Cartel). Pero qué más se iba a hacer, si era una oportunidad única para ellos (que con esa cara de raperos no les iban a dar visa nunca); qué más se iba a hacer, si es la realidad de nuestra tierra, la de tener que buscar oportunidades en otros lados. Y así pues, sin nada, se quedaron (Fredy Serna, que andaba por allá en esos días en una pasantía artística, los acogió en su apartamento el primer mes).
Y no sé de qué vivan allá, si son meseros o recicladores, si lavan platos en un restaurante y tiene que soportar la xenofobia. Lo que sí sé, lo que se ve en las fotos, lo que se escucha en las canciones, lo que en verdad importa, es que no han dejado de hacer música, que siguen siendo Ritmo Cartel aquí o en cualquier parte. Y siguen teniendo ese sabor local que los hace únicos.
Así lo demuestra esta canción que hoy recomiendo: Fume y escriba (www.myspace.com/ritmocartel), una especie de declaración de principios, un canto de amor al hachís, una muestra de que a veces –muchas veces- los vicios aportan al arte. “Que no falte la bareta en mis manos, que no falten las baquetas en mis manos”.
Acid jazz con sabor a popular No. 8, de medellinenze o barceloniza, empeliculaos con el arte, vivos. Dándole a la música siguen los Ritmo Cartel. No importa dónde, no importa cómo. Importa, eso sí, lo sincero que se es. Y Ritmo Cartel lo es. Porque “aunque critiquen como yo viva, yo siempre estaré fume y escriba”.
1 comentario:
este B side tiene un saborcito como de chisme bueno, de vení contá. Lo leí con mucho ritmo. Klimt
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