De cada veinte mensajes que llegan a nuestro correo electrónico, 18 de ellos son de contenido pornográfico, uno más contra Chávez y otro de algún desconocido invitándonos a hacer parte de Facebook.
Como verán, son casi nulos los comentarios a la banda –qué le vamos a hacer- pero nos queda el consuelo de tantas fotos caseras de mujeres desnudas que se suman a diario a nuestra bandeja de entrada.
Todo esto se debe a grupo cuasi secreto, al que no sé quién nos inscribió, y que nos suministra pornografía legal para alegrar las soledades. Se llama el Pander Club, nació en Medellín, y quien lo creó seguramente no imaginó que su guachafita de enviarle correos calientes a sus amigos terminaría creciendo tanto.
Cada día, el Pander gana más adeptos que una iglesia cristiana. Al parecer, cada quien tiene en su computador personal alguna rareza sexual en imágenes que vale la pena que otros conozcan.
Y no voy a entrar aquí en disquisiciones sobre la pertinencia de la pornografía en un mundo tan cargado de problemas serios, ni mucho menos sobre el trato a la mujer o sobre la ingente cantidad de dinero que mueve la industria del sexo. Lo que el Pander envía es, como dije, pornografía legal, sin menores de edad involucrados ni atropellos más allá que los envistes de la relación carnal. Además, hay que reconocerlo: resulta más atractivo un mensaje del Pander que las peleas bobaliconas de Uribe-Chávez-Chávez-Uribe o esas fábulas con música de Vivadi que nos llaman a cambiar el mundo. El mundo, señores, no va a cambiar. Y para soportar eso está la pornografía.
Gracias al Pander nos hemos enterado de las extravagancias sexuales de Britney, de la cruzada de piernas sin calzones de Laura Acuña y de las maratónicas acrobacias de Angie Cepeda, por sólo mencionar los mensajes que tienen que ver con famosas.
Este club nos mantiene al tanto de las producciones triple equis colombianas, y de las muchas extrajeras. Aunque muchos mensajes no valgan la pena, algunos de ellos son tan curiosos y amateur que en verdad resultan estimulantes.
Y no seamos mojigatos, que así como se le da la Cruz de Boyacá a tantos lagartos que no se la merecen, deberían entregar un reconocimiento de estos a proyectos que, como el Pander, sólo buscan distraer la mirada de los millones de voyeristas que habitamos este mundo.
Como verán, son casi nulos los comentarios a la banda –qué le vamos a hacer- pero nos queda el consuelo de tantas fotos caseras de mujeres desnudas que se suman a diario a nuestra bandeja de entrada.
Todo esto se debe a grupo cuasi secreto, al que no sé quién nos inscribió, y que nos suministra pornografía legal para alegrar las soledades. Se llama el Pander Club, nació en Medellín, y quien lo creó seguramente no imaginó que su guachafita de enviarle correos calientes a sus amigos terminaría creciendo tanto.
Cada día, el Pander gana más adeptos que una iglesia cristiana. Al parecer, cada quien tiene en su computador personal alguna rareza sexual en imágenes que vale la pena que otros conozcan.
Y no voy a entrar aquí en disquisiciones sobre la pertinencia de la pornografía en un mundo tan cargado de problemas serios, ni mucho menos sobre el trato a la mujer o sobre la ingente cantidad de dinero que mueve la industria del sexo. Lo que el Pander envía es, como dije, pornografía legal, sin menores de edad involucrados ni atropellos más allá que los envistes de la relación carnal. Además, hay que reconocerlo: resulta más atractivo un mensaje del Pander que las peleas bobaliconas de Uribe-Chávez-Chávez-Uribe o esas fábulas con música de Vivadi que nos llaman a cambiar el mundo. El mundo, señores, no va a cambiar. Y para soportar eso está la pornografía.
Gracias al Pander nos hemos enterado de las extravagancias sexuales de Britney, de la cruzada de piernas sin calzones de Laura Acuña y de las maratónicas acrobacias de Angie Cepeda, por sólo mencionar los mensajes que tienen que ver con famosas.
Este club nos mantiene al tanto de las producciones triple equis colombianas, y de las muchas extrajeras. Aunque muchos mensajes no valgan la pena, algunos de ellos son tan curiosos y amateur que en verdad resultan estimulantes.
Y no seamos mojigatos, que así como se le da la Cruz de Boyacá a tantos lagartos que no se la merecen, deberían entregar un reconocimiento de estos a proyectos que, como el Pander, sólo buscan distraer la mirada de los millones de voyeristas que habitamos este mundo.
Así que mientras alguno de ustedes se digna a escribirnos, seguiremos con el consuelo –no menor en todo caso- de la pornografía. Porque hay que decirlo: de no ser por el Pander –ya que casi nadie nos escribe- no abría nada que ver en nuestro correo.
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