Que hablen las canciones, que hablen por uno, que respondan entrevistas y emitan comunicados. Que sean el centro de los conciertos sin que haga falta luces en prismacolor para hacerlas grandicoluentes. Que sean ellas, simples, como cuando se cantaban frente al fuego o en un bar escaso de gente. Que no se vistan de oropel, las canciones, que si son sinceras sabrán decir sin necesidad de maquillaje. Que caminen por ahí y encuentren oídos. Que se canten entre susurros provocando la lascivia, que se canten a multitudes llevando ideas, que se canten a unos pocos dejando ver lo que se tiene por dentro. Que sean humanas, pequeñas, grandes, concretas, limpias… Pero ante todo que sean ellas, las canciones, el centro de este juego, protagonistas de la escena. Pues ya lo dijo el viejo Dylan: "Yo no soy lo que importa. Lo que importa son las canciones. Yo soy apenas el cartero. Yo soy el que entrega las canciones."
lunes, 28 de enero de 2008
lunes, 21 de enero de 2008
El camino de las canciones
Cierta vez, en que le preguntaron por qué publicaba sus cuentos y poemas, Borges respondió: “Para dejar de editar”.
De alguna forma pasa lo mismo con las canciones.
¿Por qué las grabamos, las volvemos un disco y las repartimos por ahí? Porque de otro modo cada ensayo sería repetido, sobre los mismos sonidos, buscando acordes, nuevas versiones, pero siempre, siempre, las mismas canciones. Y eso termina por cansar.
No se edita una canción para promocionar el grupo, no se edita como un camino hacia la fama; se edita para que aquellos fantasmas dejen de pesar, para que tomen vida y se vayan de uno; para darle paso a nuevas canciones, claro, otros poemas, nuevos delirios...
Al final de su carrera, si algo odiaba Kurt Cobain era tocar otra vez más Smells like teens spirit. Es comprensible. Ese hijo ya no era suyo, ya había llegado a la mayoría de edad y era justo que marchara de casa.
Por cosas así se graban las canciones.
Caminado para atrás
Viéndolo desde ahora, aquellos años entre el 93 y el 97 fueron espléndidos para el rock en Medellín. Bajo tierra y sus primeros dos álbunes, Ekhimosis antes de convertirse definitivamente en un grupo pop, Estados Alterados en su mejor momento, Los árboles con su furtiva aparición, Kraken aún vigente, los comienzos de Frankie ha muerto, entre otras muestras de buena música que se destacaron en aquella época.
¿Qué ha pasado en los últimos diez años? Quizás mucho de power y de reggae, de eso que llaman neo punk sumado al mismo punk de siempre, y una que otra incursión inteligente. Sin embargo, sin ser pesimista, me cuesta creer que este momento sea mejor que el de entonces. A excepción de los video clip, que día a día mejoran su factura, la época actual no se me hace tan creativa ni tan variada como podría esperarse luego de tantos años de ensayo y error en el rock nacional.
A pesar de Altavoz o de que ahora se editen más álbunes por año, el balance creativo me sigue pareciendo pobre.
¿Y qué de los públicos? ¿Qué diferencia podríamos enmarcar entre los fanáticos del rock de hace 10 ó 15 años con los de ahora? Mi amigo Juan Miguel Villegas me dice que es una pregunta muy vaga, difícil de responder, y tiene razón. En mi caso, por estar cargada de emotividad. Porque si me veo hace diez años –era un adolescente entonces- lo que recuerdo es la novedad que aún causaban los metaleros y los punkeros, la carga de energía de los conciertos en San Antonio y el Carlos Vieco, y todas esas cosas que me hacen pensar que el público de entonces era más emotivo, entregado a su grupo. Pero quizás esté equivocado. Así que vuelvo a recurrir a los lectores, si es que aún me quedan. ¿Será que han cambiado los fanáticos del rock de hace 15 años con los de ahora? ¿En qué?
Ahí les dejo la preguntica.
martes, 15 de enero de 2008
La amenaza de la vagina
Es posible que en estos tiempos de “lenguaje incluyente” y secretarías de la mujer este comentario que voy a lanzar parezca sexista, pero en fin, ahí va: conviene alejar a las mujeres de los grupos musicales. O para ser exactos: a las mujeres que no hagan parte del grupo musical. Dicho de otra forma: conviene alejar a las mujeres que no sean integrantes de la banda. Y esto va tanto para novias, amigas, amantes y todas las interacciones posibles entre estas tres categorías.
Cuando una chica va a un ensayo –digamos, la novia del vocalista-, los músicos dejan de ensayar: solo se exhiben. Quizás los afanes reproductivos –o su mera práctica- los llevan a tomar poses para hacerse ver; hacen muecas extravagantes herencia del rock de los ochenta para parecer más listos, más divertidos, más estrellas. Y el ensayo, a la mierda.
La mujer, por su parte, empieza a lanzar comentarios, a hablar por celular, a dormir sobre el sofá, a pavonearse con su chico, a contonearse provocativa desconcentrado hasta el más recatado...
Una mujer en un ensayo, así las cosas, es un estorbo.
Y en todos los demás asuntos que competen a la banda, así es. Cuando el vocalista va con su novia a una prueba de sonido lo único que hace este par de enamorados es besarse; lo último, probar sonido. Y así con otras actividades relacionadas.
Cuando una chica va a un ensayo –digamos, la novia del vocalista-, los músicos dejan de ensayar: solo se exhiben. Quizás los afanes reproductivos –o su mera práctica- los llevan a tomar poses para hacerse ver; hacen muecas extravagantes herencia del rock de los ochenta para parecer más listos, más divertidos, más estrellas. Y el ensayo, a la mierda.
La mujer, por su parte, empieza a lanzar comentarios, a hablar por celular, a dormir sobre el sofá, a pavonearse con su chico, a contonearse provocativa desconcentrado hasta el más recatado...
Una mujer en un ensayo, así las cosas, es un estorbo.
Y en todos los demás asuntos que competen a la banda, así es. Cuando el vocalista va con su novia a una prueba de sonido lo único que hace este par de enamorados es besarse; lo último, probar sonido. Y así con otras actividades relacionadas.
Claro, la culpa no la tienen ellas sino nosotros, estúpidos bípedos que, como diría Calamaro, “por un segundo de su cuerpo doy el mundo”. Así que la sentencia podría ser otra: conviene alejar a los enamorados de las bandas. O mejor: conviene evitar que un integrante enamorado vaya con su chica o con su chico a los ensayos y demás escenarios que competen al grupo.
El amor, o el encoñamiento, es una droga que nubla los sentidos. De repente, el músico se aparece con un listado de canciones dulces tipo soft rock. El desamor, por el contrario, produce melodías agrias que siempre sonarán bien.
Soy de los que creen que Yoko Ono, Courtney Love y Nancy, la chica de Sid, aportaron una importante cuota al fracaso de tres de las bandas de rock más influyentes en la historia de este género. Y en pequeño, guardando las escalas, pasa lo mismo con cualquier banda de garaje.
Más si es una mujer caníbal, ese tipo de especie devoradora por la que uno no duda en lanzarse al vacío.
Sin embargo, dos puntos debo aclarar antes de cerrar este comentario. Uno, está bien que las novias vayan a los conciertos y celebren después de ellos -si salen bien-; por lo demás, será mejor que dejen a la banda trabajar solita, que ya de por sí hacer música en grupo es bastante complicado. Dos, que las mujeres que hacen parte de la banda sí caen muy bien: casi siempre son buenas músicas y traen ideas inteligentes. Y tres –pensándolo ahora- toda groupie es bienvenida, siempre y cuando no se quede demasiado ni se aparezca en los ensayos.
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