miércoles, 28 de septiembre de 2016

Borracho



A pesar de todo –de presentaciones tibias, sin gente, con mal sonido, en lugares inadecuados– solo me arrepiento de dos conciertos. Solo dos para diez años, que en teoría es un balance bueno, supongo.
El primero, un concierto en la 33, muy a los inicios. Un concierto en el que hicimos la tarea: definimos bien el lugar, convocamos con antelación y la gente respondió: 133 boletas vendidas: un récord para nosotros. Solo que el tipo del sonido no llegó a la hora, ni a la otra, ni después. Llegó a las nueve y media de la noche, carreriado, cuando ya habíamos tenido que empezar con el pírrico sonido de los amplificadores. Llegó a montarlo todo, con la gente ahí, al frente, mirando. Llegó cuando ya muchos se tenían que ir, y entre afanes todo sonó como la mierda.
Mis amigos habían ido a acompañarme por primera vez, y el concierto fue malo, remalo, entre feedbacks y errores de ecualización. Pudimos haber tocado bien –trato de recordar– pero lo que sonó afuera fue un desastre. Pudimos haber tocado bien –insisto– pero ya estábamos tan estresados y aburridos que de seguro no tocamos bien. O por lo menos no lo disfrutamos.
García Márquez decía que uno escribe para que los amigos lo quieran más. Creo que se hace extensivo a cualquier arte. El que estuvieran mis amigos ahí levantaba un factor de pena. Vergüenza ante ellos, quiero decir, ¿me entienden?
El otro arrepentimiento fue por el concierto de este sábado.
Y resumo: me emborraché.
Me emborraché antes de tocar, o sea que subí al escenario como una cuba.
No hablo de una mediacaña por tres rones; hablo de media botella de tequila y vodka; hablo de irse para los lados, de tratar de enfocar.
Esas cosas que podían quedarle muy bien a Sid Vicious pero que a mí, pasado de los treinta, me generan una latencia de pensamiento y acción.
En la práctica es estar siempre corrido en la nota, o no caer a la que es.
En la práctica es hablar tonterías, lanzar improperios: ese monstruo que vive en uno y que a veces sale cuando estás borracho.
Y no quiero entrar en detalles ni contar lo que pasó después.
Tan solo digo que me da pena.
Siento culpa.
No vuelvo a beber 
(antes de un toque)
y pido perdón.

martes, 6 de septiembre de 2016

Cómo hacer para que la mesa no se caiga



A veces los héroes están a una llamada de distancia, y solo es cuestión de marcar unos números en el teléfono para escucharlos. No crees que contestarán, y contestan. A veces.
Fue así de simple como conocimos a Federico López, Habichuela, el tipo que produjo los mejores discos del rock en Medellín.
No sé dónde quedó el papelito con el número telefónico, que conseguimos de rebote escuchando una conversación ajena. Lo llamamos sin esperanza, le pedimos una cita sin fe en que asistiría, y asistió.
En aquella hora y media, una mañana de 2009 en un café del centro comercial Monterrey, Federico nos enseñó más de producción musical que todos los tutoriales de Youtube.
Queríamos que nos escuchara, que produjera nuestro disco imaginario. Antes de eso nos dio una cátedra frente a las cosas que cualquier banda debe tener lista antes de meterse a grabar.
Las recomendaciones que nos dio son tan lógicas y simples que casi siempre las pasamos por alto. No las vemos o no las sentimos tan importantes. Pero vaya si lo son.
Federico anotaba en unas hojitas azules todo lo que nos decía, y lo único que nos pidió fue que le enviáramos fotos de aquellos garabatos.
Fue generoso, fue directo y fue claro. Nos dijo que cuando tuviéramos resueltos todos los puntos que nos había escrito lo volviéramos a llamar. Nunca lo hicimos. Naufragamos en esa sutil distancia que separa a una banda amateur de una profesional.
Mil años después recuerdo esa mañana, la charla franca de Federico, y consigno por aquí los consejos para la banda que le sirva.


Uno
Partamos de la pertinencia actual de grabar todo un álbum. ¿Justifica grabar diez o doce temas para que solo suenen uno o dos? En el mundo actual resultan más valiosas las canciones que los álbumes. Es decir, la gente en este momento tiende a escuchar singles más que álbumes completos.

Dos
La Teoría de las Cuatro patas o Cómo hacer para que la mesa no se caiga.
Imaginemos una mesa cuatro patas. Pues esa mesa es un producto musical.  Una de las patas es la producción, otra es la difusión, otra es la distribución y otra el sostenimiento financiero.
Para que la mesa se mantenga en pie se necesitan las cuatro patas firmes. Uno de los problemas más comunes en la escena de Medellín es que las bandas gastan mucho en producción, algo en difusión, muy poco en distribución, y al final el sostenimiento financiero es casi nulo. O sea, la mesa va al suelo. Crash.  
Resulta más valioso ahora no gastar tanto en producción y cuidar más la difusión y la distribución –aprovechando la internet, por ejemplo– para que la sostenibilidad financiera sea posible.  Es decir, para que la mesa siga en pie.

Tres
“The audience is on the stage”. Antes, las bandas movían a sus seguidores, les “imponían” lo que quisieran; ahora el mando es de los seguidores. Han subido al escenario y tienen decisión sobre los músicos. Por ello, uno tiene que cuidar su público, consentirlo. Definir cuál es su población, qué es lo que ellos esperan de uno, es un paso importante para precisar el concepto de la banda e, incluso, el tipo de sonido. Es un nuevo poder: que los seguidores puedan escoger, por ejemplo, las canciones a grabar, que ellos opinen, que estén más cercanos a la banda y tengan decisión. Conseguir un seguidor fiel es más importante que 400 infieles.

Cuatro
De ahí que una de las tareas urgentes para el caso concreto de bandas como Áluna es saber cuál es su población. Se sabe que hay un grupo de chicos –sobre todo en Castilla– que los sigue. Ahora la banda debe crear una base de datos, mantenerlos al tanto, darles lo que ellos quieren sin que eso viole la forma de hacer música ni el concepto del grupo.  

Cinco
Y ya que hablamos de concepto, es otra cosa a definir claramente. Enumerar, por ejemplo, los valores que debe tener una canción de Áluna, que vayan de acuerdo con los valores que los seguidores esperan de estas canciones. Esa es una discusión que se debe dar. Para ejemplificar el asunto digamos que uno de los valores es que se pueda guitarrear, que sea clara; otra es que experimente, que no sea tan común, que proponga otras salidas no convencionales. Y podemos seguir pensando más. Definir de todo ello tres valores primordiales y velar porque cada canción cumpla con eso.

Seis
Recordemos la primera idea: la gente pide canciones más que álbumes. Así, hay que aprender a producir cada vez más canciones, con más calidad, en menos tiempo. Es estar continuamente entregándole al público algo nuevo. Y que sea bueno, que cumpla con los valores. Eso es eficiencia.

Siete
El público, ahora, es también una especie de productor, en la medida en que logra tener decisión sobre lo que produces. Ambos –es decir el productor convencional y el público productor– son guías para, también, llegar a la eficiencia.

Ocho
Hay que grabarse. Ni siquiera grabarse muy bien, pero con cierta claridad. Aprovechar los propios recursos. Grabar los conciertos, grabar los ensayos. La gente ya no anda esperando superproducciones: una grabación casera puede demostrar la clase de banda que tienes. Lo que importa es que la canción sea buena, más que el empaque que la recubra.

Nueve
Tareas:
-          Definir los valores.
-          Resolver la grabación.
-          Plantear la actuación en vivo (cada vez más importante).
-          Orientación.

Hasta ahí. Eso fue lo que nos dijo y en parte lo que no cumplimos. Quedamos con una deuda pendiente y el agradecimiento eterno al héroe que una mañana se sentó a nuestro lado.