Una a una, todas. Las que se levantan a medianoche a prepararte una arepa con queso y chocolate porque tienes hambre. Las que te enseñaron a bailar con música de Los Hispanos. Las sexys y las anticuadas. Las celestinas y las sobreprotectoras. Bendiga Dios esas mujeres porque se rieron de nuestros chistes y apoyaron cada locura. Dios las bendiga porque cocinan como los dioses. Las bendiga Dios porque somos para ellas lo más cercano a un intelectual o un poeta, un músico de vanguardia, un deportista de olimpiadas.
Madre solo hay una, es cierto. Tías son por montones, tan disímiles y encantadoras precisamente por esa gama de personalidades. La rezandera y la prostituta de vocación, la que fue a la universidad, la que no sabe qué es un orgasmo, la pelicorta siempre, la bigotuda, la cuchibarbi, la que fue jipi, la mediomueca y la que prepara empanadas.
Dios las bendiga a todas, he dicho. Y sobre todo, por lo bonitas que se portaron, a las tías de Boris, que bailaron cada una de nuestras canciones en el concierto en su casa. No había para ellas tonada mala, desbarajuste. Daba igual si era lenta o rápida la canción. Bailó la jipi y la recatada, bailaron todas. Fue como ver a nuestras propias tías en un concierto exclusivo para ellas. Fue la calidez, el plato frío, el ron con cocacola. Un concierto en familia, como deberían ser.
Nuevamente y para siempre, bendícelas Señor.