viernes, 7 de noviembre de 2008

B side: La Villa (The Black Cat Bone)

Debo decirlo: lograron engañarme. Creí que era una canción de un grupo gringo, del sur de Norteamérica para ser exacto. Lo que me extrañaba era el uso del charango. ¿Una banda estadounidense con ese charango y con un intermedio andino en la canción? Pero no podía ser colombiana. Los grupos colombianos que cantan en inglés se reconocen de entrada por la pésima pronunciación del idioma, y el vocalista de este grupo pronunciaba bien. Estaba confundido. Busqué el nombre del grupo: The Black Cat Bone. Sí, dije, debe ser gringo. Pero la canción se llamaba La Villa, así, en español aunque la letra fuera en inglés. Joder. Miré en Google y sí: son bogotanos. Magnífico. Lo hacen muy bien. Conseguí su álbum: tremendo sonido. Los escuché en Altavoz. Es blues y metal y country y, en fin, buen rock. Los huesos del gato negro, como en rito chamánico, parecieran darles fuerza. Todo el álbum es bueno. Pero esta canción, La Villa, sí que me encanta. Y está, en Myspace: www.myspace.com/tbcb Fácil. Y bueno. Y gratis. Recuerden: TBCB.

No es oportuno todavía descansar

Andan de lo más de extraños. Me refiero a los chicos de la banda. Primero fue Fáber llamando a las once de la noche a contarme lo mucho que le importa el grupo, lo necesario que es que nos metamos a estudiar música y los cambios que le había hecho al Myspace de la banda. Anda obsesionado con el Facebook como un modo de promoción, anda con el cuento de que no podemos perder el ánimo y debemos seguir ensayando…
Al día siguiente llamó Juan. Nos citamos en el Periodista y, entre cervezas, me dijo que, en esta etapa de su vida, Áluna lo era todo para él. Sin mujer que le caliente la cama, sin un trabajo más allá de las canciones en los buses, la idea de un futuro se representa en la banda.
Juan Miguel, por su parte, anduvo llamado para preguntar cuándo ensayábamos, para decir que no podíamos perder el ritmo…
Y todo esto resulta extraño porque veníamos de una época de desgano, donde, como se ve en la entrada anterior, solo nos entendíamos en los conciertos y no en los ensayos.
Quizás el que este tiempo haya sido tan cenagoso los ha hecho despertar, sentir la necesidad de hacer música y jugar con los acordes. Si es así, nada mejor podría estar ocurriendo.
Supongo que todo esto se debe a que, de alguna forma, el que la banda se vaya al piso los deja –me deja- algo huérfanos. Uno se mete a un grupo –como a una religión- para pertenecer a algo. Uno quiere ir adelante, hacer cosas, vivir del arte. Es como en el amor: sentir que se tiene un espacio en este mundo, que importa para alguien.
Que el amor se acabe es como si el cura de tu parroquia resultara un farsante, como si tu religión fuera un engaño del mercadeo. Entonces quedas sin nada, como una sombra anónima entre otras sombras más…
Por eso uno no quiere que las bandas se acaben, porque uno no quiere ser un borracho aterido dando vueltas en la oscuridad. Por eso uno llama a las once de la noche o se programan reuniones para hablar con entusiasmo sobre lo necesario que es seguir adelante. Por eso uno se levanta –aunque vuelva a caer-, se levanta.
Quizás esté equivocado en mi argumento. Pero sea por lo que sea, el que esté pasando lo que está pasando –el repentino entusiasmo de todos- me alegra a sobremanera, me anima a mí también. Me hace pensar en un poema de León de Greiff que dice: “Amo aún, sueño aún. Hay mente. Hay músculo. No es oportuno todavía descansar”.