martes, 26 de febrero de 2008

En los círculos del destrozo

“Luego y antes y ahora y para siempre / todo fue un juego de espejos enemigos: / sólo hubo rechazos, cuerpos solitarios, / mal aliento, ilusiones no compartidas, / cartas banales, gestos rutinarios...”.

Es cierto: el amor se acaba. Suena poco romántico pero en la mayoría de las veces se acaba. Al inmenso castillo de la pareja no le espera otra cosa que el olvido, “el íntimo desdén”, “cenizas en la boca”.

No digo con esto que el amor no exista. ¡Claro que existe! De no ser así no sería tan hondo el despecho, tan profunda la tristeza. “... Ahora echo sangre por todas partes: / Las rodillas, el aire, los recuerdos; / Mi falda se desgarró / Y perdí los aretes, la razón. / ¿No hay en el alma / Una manera otra / de vivir el desamor?”.

Lo que quiero decir es que por más que nos aferremos a la idea del Edén del sexo y el entendimiento, lo más común, casi lógico, es el momento en que “Dos cuerpos tienen su muerte / el uno frente a otro. / Basta el silencio”.

Todo esto lo dice María Mercedes Carranza entre tantos poemas de desgaste y lejanía. Tuvo ella que haber vivido la alegría a boca llena para comprender la honda desazón de la ruptura. Está claro en Hola soledad y muchos otros de sus libros.

Y me gusta, profundamente me gusta todo lo que dice, esa suerte de pesimismo que nace de haber vivido a intensidad, de conocer la naturaleza de lo humano, la lenta ruina del tiempo.

Por ello escogimos uno de sus poemas para una de nuestras canciones, que por fin ya está grabada y que pronto podrán escuchar en Myspace. Aunque uno pueda pensar que no habla de amor, conociendo el historial de desencantos de María Mercedes no es raro que pueda parecer también uno de sus poemas de despecho, que quizás sólo entiendan quienes en verdad han amado para terminar con los días en esa clase de muerte que es la indiferencia, el olvido. Bien lo dijo Mejía Vallejo: “Uno muere cuando lo olvidan”. Y lo peor, la parte triste de esta historia que llamamos vida, es que antes que todo está el olvido.

“No más amaneceres ni costumbres, / no más luz, no más oficios, no más instantes. / Sólo tierra, tierra en los ojos, / entre la boca y los oídos; / tierra sobre los pechos aplastados; / tierra entre el vientre seco; / tierra apretada a la espalda; / a lo largo de las piernas entreabiertas, tierra; / tierra entre las manos ahí dejadas. / Tierra y olvido”.

viernes, 8 de febrero de 2008

Camaradas


Ha llegado el momento de hablar un poco sobre los chicos de la banda. Pequeños perfiles en 200 palabras.




Juan, la voz del bus

Juan se gana la vida cantando en los buses. El Circular sur, Calazans Boston, Manrique los balsos, Villahermosa parque, Castilla la 68... Todos ellos son su oficina. O mejor, su escenario. Un escenario de público volátil y casi siempre indiferente. Sin sueldo fijo ni cesantías, entre el calor de desierto que suele hacer en este tipo de autos y las negativas de muchos choferes.

Cantar en los buses es una tarea difícil. Hay que competir contra el vallenato o el reguetón que suelen vomitar los parlantes y apretar bien las nalgas contra la baranda de la registradora para soportar los embates de las empinadas calles de Medellín. A veces, para no recibir ni un aplauso. Ni un centavo.

Aún así, Juan sale cada tarde de su casa a ganarse el pan. Hay quienes lo miran como a un limosnero, otros creen que es una especie de hippie vagabundo. En realidad, su oficio tiene una nobleza envidiable: la de llevar música a los rincones más cotidianos de la urbe.

Juan se gana la vida cantando. Y eso ya, de entrada, lo convierte sin más en un hombre honrado.



Oscar, el solitario

Óscar nació y creció en el barrio El Mirador, en Bello. Nunca fue un chico de muchos amigos sino, como diría Andrés Caicedo, de unos pocos buenos amigos. Aprendió a tocar guitarra solo, imitando los acordes de Cobean.

Es un tipo raro, a decir verdad. Por más que uno lleve años de tratar con él, apenas si se siente que lo conoce un poco. Suele componer canciones tristes, en tonos menores y con melodías lentas. Sin embargo, casi nunca se le ve deprimido. Diría que su mente es una especie de caleidoscopio, un aleph, la convergencia entre lo dulce y lo amargo.

Después de que su madre murió, hace ya más de tres años, se hizo más silencioso. Dejó de estudiar filosofía y se encerró a componer nuevas canciones.

No parece interesarle otra cosa aparte de eso y de su hija Isabel. A cada ensayo llega con una nueva tonada, siempre bella, siempre agria.

Óscar es estable como un búho. No sueña con conocer países ni sumergirse en ácidas drogas. Estoy seguro que no quiere cambiar de casa. Lo único que desea –me lo dijo algún día- es que llegue el momento en que los chicos de su barrio lo vean pasar y digan: “Ese tipo compone lindas canciones”.


Fáber, todo o nada

Fáber es maniático y tierno como una mujer. Casi nunca está a gusto con lo que hacemos. Si por alguna razón la canción que interpretamos suena desafinada, deja de tocar hasta que todo cobre orden.

Es el primero que llega a las pruebas de sonido y el que más sufre en los conciertos. Tarda más de una hora en acomodar su batería. Cualquier feedback, el mínimo desajuste sonoro, lo saca de casillas. Nunca lo he escuchado decir: “Esa canción está buena, dejémosla así”; siempre siente que le falta algo, algún arreglo más, un instrumento nuevo.

Nunca estuvo de acuerdo en que Áluna se llamase Áluna, a pesar de que ningún otro nombre nos gustara tampoco. A veces pareciera aburrirse en la banda, querer tocar algo más jazz, más progresivo, pero todo esto tiene una razón de fondo: Fáber es de ese tipo de hombres que solo tiene una carta para jugar, que pierde o gana. Es decir, en su vida Fáber no tiene un plan b. La música lo es todo.

Es el único en el grupo que ha estudiado profesionalmente su instrumento, la batería. Abandonó sus estudios de economía, a pesar de llevar ocho semestres cursados, para dedicarse a la música. De no ser por su hija y su esposa, todo su dinero lo invertiría en equipos e instrumentos.

Sí, ya lo dije: Fáber es maniático y tierno. Tan maniático como para vivir toda su vida alrededor de la música, y tan tierno como para soñar día a día en que la banda tendrá un lindo futuro.


Juan Miguel, a mitad del juego

Juan Miguel es como esos jugadores que entran a jugar en el segundo tiempo y mejoran el partido. Un centrocampista eficaz que sabe lanzar pases de gol.

Ingresar nuevos integrantes a una banda siempre es un asunto complicado: de alguna forma es un estilo distinto con el cual lidiar. Con Juan Miguel el acople ha sido venturoso.

Aún falta mucho para él y para todos: conciertos, más grabaciones, experimentos sonoros. Pero sabemos que, con nosotros cinco, la banda queda completa.

Juan Miguel es una ficha ahora indispensable.


Ajá, así es, Camilo

Por último, y para presentarme, digamos que soy una especie de semiseudointelectual. Que busco y busco y aún no encuentro. Comencé a tocar el bajo por error y estoy en Áluna gracias a Óscar. Sólo tengo dos frases de cabecera; la una, “Antes que todo está el olvido”, y la otra, “Sólo el arte salva”.

Llevo dos años en la banda. Los cinco integrantes somos radicalmente distintos pero con un mismo sueño. Hemos terminado por volvernos amigos, buenos amigos.


Eso es más que suficiente.