lunes, 3 de diciembre de 2007

En la esquina donde el Papa


- ¿Ustedes son el grupo de la esquina donde el Papa, cierto, allá en La Esperanza, frente a la Maracaná, donde hay un quisquito rojo donde venden jugos de mil y se parcha un montón de gente?
- Ajá, así es –les digo, con cierto tumbao costero-: Banda Oficial de Castilla, Sinfónica de Barrio, Orquesta Libre de Esquina, Mariguanero´s Rock, la comuna hecha carne en cuatro pelaos sin barba.

Exagero, claro, pero hay algo innegable en todo esto: somos una banda de barrio, y quizás de los pocos barrios con sabor de barrio que queda en Medellín: Castilla –y por Castilla entiéndase Alfonso López, La Esperanza, Antonio Zea y hasta el 12 de Octubre y El Picacho, entre otros-. Quiero decir: de barrio popular, donde la gente sabe quiénes son sus vecinos y hacen sancochadas los festivos, donde la bulla es endemoniada a causa de los bafles a reventar en cada casa y donde, lastimosamente, los problemas aún se arreglan a bala. Somos de Castilla, sí, y todos en la cuadra nos conocen. Juan el Bohemio, Óscar el Peludo, Fáber el de Yuli y Camilo el Desconocido. Así nos llaman. Y hay mucho de bueno en esto, para que vea: nadie pone problema aunque hagamos vibrar las paredes de tanto ruido, se pueden comprar empanadas de $100 y salchipapas de $500 con sólo cruzar la calle, cualquiera te brinda ron a la hora que sea y la marihuana es más popular que el cigarrillo –aunque, la verdad, casi nunca la fumemos-.

Si fuéramos de otro barrio, de esos barrios asépticos que también tiene Medellín, no podríamos ensayar tranquilos. Una vez lo intentamos en Laureles, y no llevábamos tres canciones cuando llegó la Policía. “Que dejen la marica bulla”, fue la sentencia del verde.

Si fuéramos de otro barrio, y tuviésemos que practicar nuestras canciones en un ensayadero, nos perderíamos de ver pasar tanta chimbita por la esquina y de tanto chiste bobo que echan los pelaos del quiosquito rojo.

Porque en una Medellín que se llenó de condominios y urbanizaciones, donde nadie conoce a nadie y el mayor contacto es un roce fugaz en el ascensor; una Medellín que se inundó de cámaras de seguridad, de puertas cerradas, de vigilancia privada; una Medellín de apartamentos unipersonales, de casitas loft para solitarios, de ricos encaramados en finquitas a las afueras; una Medellín, en fin, que aunque se divida en comunas poco se vive en comunidad, ser de barrio-barrio me parece de lo más grandioso. Todos los días hay un montón de gente frente a nuestra casa –que en realidad la casa de la mamá de Yuli, la esposa de Fáber, pero casa al fin y al cabo en la que sábados y domingos ensayamos- haciendo nada y hablando de todo. Hay uno al que llaman Caballo porque cada que se ríe parece relinchar y otro al que conocen como Archi por su parecido con el cómic. Y al Papa, la verdad, no sé por qué lo llaman el Papa.

Pero así son las cosas: todos estos chicos crecieron juntos, muchos pasando hambre. Saben más de fútbol que varios comentaristas deportivos y juegan el picaíto los domingos sin falta; hay quienes jugaron en las divisiones menores del Medellín y no llegaron a más por marihuaneros; aunque sean “sanos” saben cómo es la vuelta en el mundo delincuencial, y muchos de ellos ya no están, prueba innegable de ese vaho de sangre que cubrió a esta ciudad hace años.

De Castilla son Elí Ramírez y Fredy Serna, de Castiila son Diego Agudelo y otro montón de chicos hambrientos de arte. De Castilla son una innumerable cantidad de bandas podridas como la nuestra –Efestos, Win, Cuatro Tiempos...-, ensayando en cuartuchos oscuros y con instrumentos de palos, pero con ganas, muchas ganas. Y no sé si todo esto –el barrio, la gente, tanto historial de vida y de muerte- deje algo en nuestra música, pero en todo caso, señores, como diría la salsa: “todo es cuestión de dejarse llevar”.